viernes, 2 de octubre de 2015

La casona

Tras los saludos entre Martina y el Flaco, la llevada de las valijas al auto y la vuelta por la Ricchieri. El café con leche en las Violetas fue una buena antesala de lo que sería la llegada  a la  casona de nuestros padres. Una nueva oleada de sentimientos imposibles de refrenar.
Martina rompió a llorar, apenas se bajó del auto. Era como si le hubieran dado un masazo sentimental directo en la frente.  Nico, al lado de ella, la abrazo fuerte y le pregunto si estaba bien. Estaba hecho todo un hombrecito. Conservando toda su inocencia y al mismo tiempo ese temple que lo hizo madurar de golpe sobrellevando quizás una carga que no le correspondía, pero que era inevitable, si quería ayudar a su madre.  Me acerqué, apoyando mi mano en su hombro y le dije:
-“Nico, hijo, es hora de que tu tío se haga cargo, déjame ayudar a tu madre. El Flaco, necesita que lo ayudes con las valijas.”
Nico, desconcertado por vez primera en mucho tiempo, se dejó llevar por mi voz y fue con el Flaco a bajar las valijas. Mientras yo llevaba a Martina dentro de la Casona, pude sentir a mi sobrino mirar como su madre desconsolada se apoyaba en el marco de la puerta mientras yo la tomaba del brazo para ayudarla por si se sentía que no le daban las fuerzas.
-“Oye”, le dijo el Flaco a Nico, “¿qué estás pensando?”
-“Nada, me siento raro”, contestó él.
-“No te preocupes, siempre pasa, tu tío es un ñato de buena cepa”
Ante esas palabras, Nico se lo quedo mirando y por supuesto el Flaco se dio cuenta en seguida que había olvidado de donde venía y, se largó a reír a carcajadas.
-“Perdón, es la costumbre, pero ya me vas a ir entendiendo… digo… que tu tío es un buen hombre, y que los ama demasiado como para dejar que les pase algo. Sobre todo a tu madre.”
Nico, volvió a mirar par la puerta de entrada, ahora vacía y suspiró lentamente. Pero algo le decía que las cosas ahora iban a estar mejor. Lo miró al Flaco, tomo la primera valija que él le alcanzaba y a la rastra se la llevo dentro de la casa.
“Es valiente, y tiene el alma de un dragón”, se dijo para sí el Flaco, mientras bajaba el resto de las valijas a la vereda.
La casona estaba en penumbra cuando atravesaron el portal. Martina casi sostenida de mi hombro se dejó llevar lentamente mientras este ibamos prendiendo las luces a cada paso. Todo estaba intacto, casi parecía que nunca se hubiera ido de ese lugar. Pasamos por el pequeño hall, donde Martina percató del sobre, me miró y dijo en voz baja:
-“No hay caso, siempre igual vos. No te ibas a dar por vencido, ¿no?”
-“Jamás, Hermana, jamás” y le di un beso en la mejilla que ella agradeció apoyando su cabeza en mi hombro.
Avanzamos por el pasillo con piso de pinotea y las paredes decoradas por pequeños marcos antiguos, algunos de ellos provenientes de la casa de los abuelos, el crujir característico de la madera, siempre en el mismo lugar, donde nuestro padre había escondido alguna vez la caja de valores en tiempos difíciles. Una caja que contenía los tesoros de la familia. Libros y discos que en una época fueron prohibidos. Un piso que además había sido terreno de grandes aventuras y tremendas carreras con los patines de tela que mamá nos obligaba a usar cada vez que lo enceraba. Paredes con una línea de tiempo que contaba con lujo de detalles por donde había transcurrido la historia familiar. Martina se detuvo delante del único retrato que yo  había pintado alguna vez... apoyo su mano sobre la tela y me miró diciendo: - te juro que la quise traer, pero no quiso, no hubo caso..."
-"No te preocupes, va a estar bien" le contesté, mientras deseaba que fuera cierto.
Comenzaron a caminar de nuevo  y ambos se miraron sonriendo, cuando hicieron crujir la madera de nuevo , con sus pasos.
La casa era una de esas viviendas grandes de antaño, donde se criaban las familias numerosas, cosa que sucedía, pues no existía la televisión. Era en esas épocas donde la imaginación creaba grandes cosas, donde los juegos se hacían en el patio o en la terraza, entre las sogas donde se colgaba la ropa y, guay si por alguna razón manchabas alguna sábana que se estuviera secando. Con los tiempos modernos todas esas cosas se fueron perdiendo, la mayoría de esas casonas viejas se fueron derrumbando dando paso a las grandes y altas torres, donde casi nadie se conoce y están todos enchufados a su televisión o computadora de última generación.
Sin embargo, esta casa estaba intacta. Era nuestro latido, el de todos aquellos que alguna vez habían pisado sus pinoteas, sus mármoles o cerámicos. Era la casa de Paternal, la casona de los viejos, nuestros viejos.
Ya era avanzada la mañana cuando la dejé sentada en uno de los grandes sillones de la sala, junto a las mesitas que otrora Papá había traído de alguna parte.
-“Quédate”, le dije, cuando ella intento  ayudar con las valijas.
-“Pero…”
-“Pero nada, te quedas”, repeti.
Enseguida, fui en ayuda de Nico quien, con cierto esfuerzo había logrado traer dos de las tres grandes valijas que traían consigo.
-“Vale, hombre, que tienes fuerza”, le dije
-“Sip, y esto no es nada, puedo con mucho mas…”, contestó haciéndose el importante.
-“Oye, porque no me dejas a mí las valijas y te vas con tu madre para que te muestre la casa”
Me miró con cara de aliviado y ni lento ni perezoso, dejó la valija donde estaba y entro a correr por el pasillo, mientras me gritaba -“Gracias”.
-“Si piensas mimarlo así, no va a quedar mucho sobrino que digamos”, sentenció el Flaco que justo entraba por la puerta con la última valija y un bolso de mano.
-“Si lo sé, pero no lo puedo evitar, hace mucho tiempo que no los veo y a Nico, desde que nació prácticamente.”, contesté.
El Flaco, se me acercó, apoyo esa manaza bien suya sobre mi hombro y dijo. –“te comprendo, pero ojo, porque mucho puede significar incontrolable”.
Siempre igual con esas frases y consejos que te dejaban entre preocupado y agradecido, así era él.  Se despidió de Martina y Nico que estaban en la sala y volvió a palmearme el hombro al pasar agregando que cualquier eventualidad lo llamara por teléfono. Y se despidió como lo haciamos siempre, con un caluroso abrazo.
Tras cerrar la puerta, me quede mirando a mi hermana y mi sobrino que estaban parados en el pasillo, mientras ella le contaba las historias que encerraban cada uno de los cuadros que ahí colgaban. La escena me transportó por primera vez en mucho tiempo a tiempos pasados, cuando el viejo estaba todavía en pie y se pasaba horas hablando de sus antepasados, de todos las historias que encerraban aquellas reliquias y de como había logrado mantener a salvo todos esos libros que ahora estaban sobre los estantes de la gran biblioteca.
La casa estaba otra vez completa, en realidad era un decir pues faltaban los mayores, pero era mejor que nada.
Me acerque a ellos y sin esperar que dijeran nada, les dije de pedir unas pizzas para almorzar. A lo que hubo un si rotundo por parte de los dos.
Llevamos las valijas a los cuartos y mientras Martina se disponía a arreglar la ropa en los placares, busque el numero de la pizzeria y las encargué para cerca del mediodía para luego sentarme el en escritorio a terminar con algunas cosas que habían quedado pendientes de un trabajo.
Había pasado no mas de una hora, cuando me sentí observado. Me sonreí y sin mirar le dije: - "podes entrar, es más si querés me podes ayudar a guardar las carpetas que ya no necesito... obvio si tenes ganas"
-"No se si mi mamá me deja", contestó
-"Yo te dejo, soy tu tío no?", le dije haciendo una mueca seria, que obviamente no me salió, porque enseguida se puso a reir.
-"Mamá tiene razón sos malisimo haciendo caras!!!"
-"¿Caras?... si yo no hice ninguna cara..."
-"Si tio! te quisiste hacer el serio pero no te sale" me contestó
-"Si, jamás te salieron Carlitos!!!" agregó Martina que justo pasaba con una pila de ropa rumbo al lavadero.
-"¿Puedo ayudarlo mamá?" pregunto Nico.
-"Si el tío te deja, no veo porque no. Pero le haces caso en todo y no rompas nada!" agregó ella.
-"Siiiiii má !!!" le dijo Nico para luego pararse a mi lado y esperar que le dijera que hacer.
Había pasado el mediodía, las cajas de pizzas yacían sobre una mesa, apiladas ordenadamente, Nico tirado sobre el sillón del living dormido a pata tendida, mientras nosotros simplemente estábamos en silencio en la cocina. Martina, preparando algo de té.
A pesar de los años, las cosas no se olvidan tan fácilmente, me había ocupado de mantener todo igual y eso ella se lo agradecía profundamente.
-“Me imagino que te iras a descansar un rato, el viaje te mata”
-“No tenés idea.” Dijo ella.
-"No te quiero atosigar, pero me tenés que contar con detalle. Hay mucho que no entiendo... lo último que supe por Gloria, era que estabas con Darío..." le dije a Martina.
-"Si ya sé." contestó mientras revolvía el azúcar que había hechado en la taza del té. -"Hay mucho que contar. Si, estuvimos juntos hasta que me dijo que me viniera, que aca iba a estar mejor..."
-"Qué, te dejó? Eso nos es propio de él !!!", estaba sorprendido, porque sabía el amor que le tenía Darío a Martina.
-"Nooo, para nada!!! es que en realidad las cosas se pusieron bravas y el no se podía venir con nosotros... por el laburo viste..."
-"¿¡Bravas?!... que pasó??"
-"Ivan, nos encontró... no nos vio, pero tuvo una agarrada con mamá y nos tuvimos que ir para que no pasará a mayores..." dijo mi hermana mientras me servia algo de té.
-"Me jodes!... pero porque no me avisaste?"
-"¿Y que ibas hacer, tomarte un avión? ¿venir al rescate?...Carlitos..."
Inmediatamente, su mano estaba apoyada en mi mejilla y sentí  por vez primera que mi hermana ya no era esa personita frágil y chiquita que tenía guardada en mi mente.
Por primera vez, había una mujer entera, parada delante de mi con la fuerza de saber que estaba en el lugar correcto, en el momento indicado.
-"...Carlitos... Darío se quedo allá para cuidarnos también, pero lo más importante para él era que volviéramos acá, porque acá no nos iba a faltar nada, ni nadie."
Apoyo la taza sobre la mesa, me dio un beso en la mejilla y me dijo que se iba acostar un rato con Nico en el sillón. Le acaricie la mejilla y le sonreí, quedándome solo en la cocina por un rato.
La tarde transcurria, con los ruidos de la calle que apenas se podían escuchar desde el patio interno de la casona de Paternal.
Cuando las primeras luces de la calle se encendieron, simplemente me apoltrone en  un sillón que había en la sala, donde habitualmente me sentaba a leer y me dejé llevar por el cansancio hasta quedarme dormido profundamente. En ese instante la casa se llenó de recuerdos y anécdotas que susurraban sus historias entre los sueños de sus bellos durmientes, en un abrazo paternal.

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