sábado, 5 de diciembre de 2015

El Ataque

Sentada en el pasillo del cuarto piso del hospital, pensaba en todas las cosas que tenía que resolver antes de terminar el día. En la casa, en el trabajo, con el crío; pero ese cartel de la Unidad de Cuidados Intensivos que tenía sobre su cabeza, en la pared de enfrente se le estaba montando haciendo que su ya existente dolor fuera casi insoportable.
Todavía no terminaba de enterder que había pasado exactamente, todo había empezado bien, llevaban una vida juntos los tres sin problemas. Nico se llevaba estupendamente con Darío y las cosas estaban saliendo de mil maravillas.
Y de golpe como si fuera una vendetta, todo se desmoronó. Un mes atrás, la cara de Nico desesperado al ver a Darío tirado en el piso, sangre  por todos lados, autos con vidrios polarizados que habian huido a la carrera calle abajo cuando ella llegaba con la camioneta a toda marcha... Rosa con sus manos que intentaba parar la hemorragia de Darío mientras Martina se bajaba sin siquiera haber terminado de frenar...
Y cuando llegaron, a duras penas lo subieron a  a la ambulania en una carrera ensordecedora lo trasladaron hasta la sala de emergencia del hospital, donde quedó ingresado en un estado deplorable. No estaba muerto, pero casi.
Hacía casi un mes que estaba en esa cama con respirador y cuanto tubo le pudieron meter, pero no salía de cuidados intensivos. Tres paros en la primera semana y de todos ellos lo habían sacado. La policia que no dejaba de hacerle preguntas, porque no encontraban sentido a ese ataque furioso que había dejado toda la camioneta como un colador y parte del frente de la casa.
Martina sabía que Darío tenia un trabajo que no era facil, pero nunca pensó que podía pasar una cosa así. Era periodista de investigación, pero nada que ver con las mafias y todo eso. Al menos eso pensaba ella antes del ataque un mes atrás.
Una mañana como cualquier otra, la pava en el fuego el mate sobe la mesada y las protestas de Nico, porque tenía que levantarse para ir al colegio.  Martina tenía mucho trabajo esa mañana, las camionetas estaban a full esa semana. Un contrato corto, pero que redituaba mucha ganancia.
Darío, estaba terminando uno de sus informes como corresponsal extranjero y luego se iría a cubrir otra historia casi del otro lado del país. En pocas, no se verían por un par de días. Pero le habia prometido que luego se irian de vacaciones los tres a las montañas. Cosa que tenia muy entusiamado a Nicolás.
Martina, llevaría a Nico al colegio, para luego pasar por el depósito central de la empresa a retirar las encomiendas pesadas con la camioneta grande. Salieron por separado, después de un beso rápido pero apasionado.
Era temprano, la puerta del colegio aún estaba cerrada y, Nico no se quiso bajar a esperar. Martina miró el reloj y supuso que tendría unos minutos más.  La mañana parecía tranquila, se sentía a gusto junto a su hijo que le hacía morisquetas mientras esperaba que abrieran la puerta de la escuela. 
Los compañeros de clase comenzaron a llegar y Nico ya había perdido las ganas de quedarse en el vehículo. Le dio un beso a la madre y descendió para hablar con sus pares.
Se lo quedó mirando, recordando aquellos tiempos cuando todavía vivían en una casita del otro lado de la capital en Buenos Aires,  tan chiquito, tan dulce y travieso.
Eran épocas que parecían tan lejanas, cuando recién empezaban a disfrutar de la empresa que había montado Martina gracias a su amor por las camionetas. Pero su ex no parecia satisfecho, siempre decia que podian hacer algo más... y asi terminaron en Europa... no por mucho por cierto, ella trabajaba como una loca y el se la pasaba de parranda en parranda... hasta que paso lo que paso y el curso de la historia la llevo a reencontrarse con Darío.
Los pensamientos de Martina, fueron interrumpidos por Nico, que había olvidado su mochila con sus libros y otros petates. Estaban despidiéndose cuando sonó el móvil. Era Darío, al menos penso eso en el primer isntante. Martina atendió la llamada, pero su voz cambió de inmediato, tomando por el  brazo a Nico, que estaba todavía en la puerta de la camioneta e inmovilizándolo en la butaca.
-“¡El cinturón!” le dijo mientras escuchaba la voz en el teléfono, pero Nico no reaccionaba.
-“¡que te pongas el cinto, coño!”, repitió
Nico, miraba a su madre mientras, salían a toda marcha por la calle, doblando peligrosamente por la esquina.
-“¿Qué pasa mamá?”, gritaba Nico
Martina, escuchaba el eco de la voz en el teléfono, la de Nico que le chillaba, mientras ella esquivaba autos, peatones  a una velocidad descarriada.
-“¡Le dispararon a Darío!”
-“¿Darío?”
Le había llamado Rosa, una chica peruana que trabajaba con ellos, muy trabajadora. Se ocupaba de la casa y que todo estuviera listo para cuando llegaran por la tarde.
-“Sra. Martina… le habla Rosa… es el Sr. Darío…”
-“¿Qué pasa Rosa?”
-“No responde señora… “
-“Cómo que no responde, pásame con él”
-“No puedo… está en el piso… hay sangre por todos lados”
-“¿Sangre?... ¿Cómo sangre, que pasó? ¿Llamaste a la ambulancia?”
-“Apúrese, por favor!!!” Martina comenzaba a crisparse, mientras escuchaba gritar a Rosa.
Había retenido a Nico en el asiento justo a tiempo, mientras arrancaba el vehículo milagrosamente y conducía por la calle con una sola mano en los cambios y la rodilla sosteniendo el volante.
Hasta allí llegaban sus recuerdos, después todo parecía una nebulosa en cámara lenta, bajándose de la camioneta, la ambulancia que también recién arribaba. Rosa frenaba a Nico y los paramédicos, que se acercaban con sus maletines. Y Darío, tirado al costado de su camioneta, con la cabeza aun en el estribo de la misma y la mano enganchada en una de las manijas de las valijas que habia estado cargando. Parecía quebrado o dislocado, cubierto de sangre.
Nico, que gritaba desde el fondo sujetado por Rosa, Martina que miraba azorada la escena y el paramédico que le preguntaba si era pariente.
-“Soy la esposa”, le atino a decir.
-“Bien señora, lo vamos a llevar a emergencias, puede seguirnos en su vehículo o venir con nosotros.”
Martina sólo atino a girar sus cabeza donde estaba Nico que chillaba, apenas retenido por Rosa.
-“No me dejes Papá!!” gritó Nicolás, una palabra que Martina en el tiemp que llevaban con Dario jamás le habia escuchado decir. En medio de la voragine se hizo como un paréntesis, dejando a Martina suspendida mirando a su hijo, llamar a su Marido "Papá"...
La cara del crío era la de un fantasma que ha visto su propio reflejo. Y no pudo más, miró al paramédico y le dijo que lo acompañaba. Volvió a mirar a Rosa y le grito que los siguiera de cerca con la camioneta.
Martina recordaba lo sucedido todas las mañanas cuando llegaba al hospital para ver a Darío, le contaba de Nico, que lo extrañaba y lloraba bastante seguido. De Rosa que a pesar de todo lo pasado, se habia quedado en la casa y cuidaba de Nico. Y lo más importante, le recordaba que tenia que salir adelante, que no podia dejarla ahora, y sobre todo, que ahora tenia un hijo que lo habia adoptado.

Sonrisas y muchas preguntas por hacer...

Jueves por la mañana. A duras penas escuche el despertador que marcaba las siete en punto. Hora de levantarme, para ir a trabajar.
Estaba cansado, el día anterior había sido muy movilizador y todavía ni siquiera me había tomado el tiempo para sentarme a hablar con mi hermana. Etaba pleno de felicidad por tenerlos de nuevo a mi lado. Pero también con muchas dudas, pues no lograba entender porque había regresado, que era lo que había sucedido, para que tuviera que volverse sola con Nico. Porque  al fin y al cabo mamá todavía estaba en el viejo continente, además de Darío.
Iba a tener que esperar, el trabajo estaba primero y que hubieran reemplazado el día anterior no sería una deuda fácil de pagar. El departamento de coordinación general de la Editorial, llevaba mucho tiempo y esfuerzo, largas horas de acciones conjuntas entre diseñadores, imprenta y logística para la distribución de todo lo que se producía. Sí, Martina, tendría que esperar un poco. Además, todavia tenia que ordenar un montón de cosas en mi cabeza.
Estaba sentado al borde de la cama, intentando encontrar a tientas las pantuflas. Lentamente, me fuí deslizando por el pasillo hacia la cocina, tratando de no hacer demasiado ruido. Las primeras luces del día todavía no habían asomado y el tiempo para poder tomar el colectivo a Belgrano empezaba a correr en contra.
Puse la pava sobre la hornalla prendida y saque de la alacena donde Papá solia guardar el mate y la yerba. Entonces, una voz media adormilada, me saludo desde la puerta de la cocina.
-“Buen Día, Carlitos, ¿ya te vas a trabajar?”
-“Lamentablemente sí, Tina, no queda otra. Pero decime que haces tan temprano, apenas son las siete”, contesté.
-“Vale, no importa. Te sentí por el pasillo y quise ver si todo estaba bien. Pero bueno, deja ya, que yo preparo el mate y vos anda a terminar de preparar tus cosas.”
-“Gracias”, dije y me fuí por el pasillo a terminar de arreglarme.
De pronto la casa, comenzó a llenarse de un aroma que me distrajo por un segundo. Martina estaba preparando lo mismo que hacía Mamá hacía ya muchos años. Tostadas con rodajas de tomate y un poco de oliva por encima. Un manjar que hacía mucho que no probaba. Una receta que le había enseñado un catalán que alguna vez estuvo de visita por la casona.
Cuando regrese a la cocina, mi hermana me estaba esperando apoyada en el borde de la mesada de mármol, con el mate cebado y una tostada en la otra mano.
-“Anda, toma acá tenés un mate y come que se te hace tarde seguro. No vasa cambiar nunca, siempre a las corridas”
Con una sonrisa, tomé la tostada con tomate y  el mate dulce como nunca. Le di un beso en la frente a Martina y salí casi al trote para alcanzar el colectivo que me llevaba a Belgrano.
-“¡Esta noche hablamos Tina, tengo muchas preguntas!”, le dije en voz alta desde la puerta antes de cerrarla.
-“Siiii, andate que vas a llegar tarde!!!”, me contesto, mientras cebaba otro mate para ella y apoyaba la pava sobre la tablita de madera que había en la mesa del comedor diario, -"Seguro tenés muchas preguntas Carlitos... pero me temo que yo no tantas respuestas como quisieras” se dijo asi misma. Desprendió los labios de la bombilla y le dió un mordisco a la tostada que todavia quedaba en el plato.
La mañana estaba fría, se sentía ese aire que anuncia la llegada del otoño, con un frio casi de invierno. Lo noté enseguida y me cerré aún más el sobretodo sobre el cuello. De milagro, el colectivo 63 se encontraba en la parada, hice señas a lo loco y me esperaron.
-“Gracias”, dije al subir al ómnibus.
-“Últimamente se me está quedando dormido siempre don, ¿qué pasa?, dijo el chofer con cierta ironía. Hacía rato que continuamente me tocaba la misma unidad y con el tiempo había pasado que ya me tenía bien junado el chofer. Entonces me solía esperar unos segundos extras para que alcanzara el viaje.
Me acomodé en un rincón, desde donde pude ver a varios pasajeros habituales que iban para el mismo lado.
El recorrido me lo sabía de memoria, las mismas calles, el paredón del cementerio y los puestos de flores que se estaban preparando para comenzar el día. Mientras el colectivo tomaba la gran curva que rodea el cementerio de la Chacarita, pasando por la entrada del británico, me limite a retomar mis pensamientos sobre la vorágine de los últimos días.
Tantee en el bolsillo derecho de mi sobretodo y saqué el celular. Toque los contactos rápidos y llamé de la oficina.  Hice un sanwich con el aparato entre mi hombro y oreja mientras esperaba que contestaran del otro lado.
-“Editorial”, sonó del otro lado de la línea. La recepcionista de la mañana se llamaba Anahí, una pendeja que estaba muy fuerte y que además encajaba perfectamente para el trabajo, por su experiencia y alta eficiencia con esa sonrisa “Colgate”, típica de una publicidad.
-“Buenos días Anahí, habla Carlos de coordinación”, dije con parsimonia, -“¿Algún mensaje?”
-“Buen  día Sr. Carlos, el único mensaje es de la imprenta de Casares, parece que tienen un problema con unos pliegos, de la última edición del libro de Puig.”
-“Ok, ok. Ahora los llamo, gracias. Estoy en camino..."
-“Listo, cualquier cosa lo llamo” dijo ella y agregó, ..."¿Su hermana llegó bien?”
-“Si, si por suerte ya están en casa, gracias por preguntar”,
-“Me alegro mucho, lo veo más tarde…” y cortó la llamada
El colectivo, ya había dado vueltas y estaba cruzando por la barrera de Colegiales, cuando al mirar por la ventana divise al pasar un grupo de chicas con sus polleritas cortas y las mochilas de secundario. En eso me sonó el móvil de nuevo.
-“¿Martu?... paso algo? Pregunto él ante la sorpresa.
-“Nada,nada ... es  que te fuiste y no pude decirte que tuvieras un buen día”, contestó Martina
La emoción me invadió por completo. Aquella frase hacía mucho tiempo que no la escuchaba y fue un aluvión de dicha y tranquilidad que se asomó a mi pecho y subió hasta llegar a él último pelo de mi cabeza. Un cosquilleo que lo sentí como si Martina me hubiese tomado la cara con ambas manos y, me sampara un beso en la frente como hacía Mamá cuando era más chico.
-“Gracias hermanita. Me hace muy feliz que hayas vuelto”
-“Lo sé. Esta noche hablamos más tranqui, y espero poder darte todas las respuestas. Ahora me llevo a Nico a la casa de la Tía Sarah, quiero darle un linda sorpresa”
-“Más que una sorpresa, le vas a dar un infarto”, le contesté, riéndome.
-“Tenés razón, mejor la llamo primero para contarle que estoy acá y que queremos ir a verla”
-“Si, eso va a ser mejor”
-“Si, bueno… nos vemos a la noche ¿vale?”
-“Si, vale. Te mando un beso Tina”
-“Otro, que tengas un buen día”
-“Gracias”, dije y corté la comunicación. Esa llamada me había alegrado el día por completo. Ya no tenia much importancia si a la noche no tenia todas las respuestas que deseaba, estaban en casa y eso era todo para mí.
En ese momento el 63 estaba llegando por doblar en Echeverría para luego bajar hasta la estación del tren de la línea Mitre. La mañana estaba empezando a tomar un poco más de calor, el sol ya estaba alumbrando y la franja de mayor frio que ocurre cuando comienza a calentar la superficie estaba desapareciendo paulatinamente.
Ya me sentía mejor, los primeros pasos estaban dados y por suerte tenía un día ocupado, por lo que las preguntas iban a tener que esperar hasta la noche.
Me bajé al final del recorrido y al entrar a la estación del tren, compre un paquete de chicles Adams y el diario para leer en el tren. La imprenta de Álvaro Casares se encontraba en el Olivos y tendría un buen trecho para poder leer aunque sea los principales títulos.
Mientras en Paternal, Martina discaba en el inalámbrico el teléfono de la tía Sarah, sin dejar de mirar el vetusto aparato negro que hacía ya muchos años solamente decoraba la mesa de entrada de la casa.
“No puedo creer que todavía este ese armatoste de teléfono en esta casa, ay Carlos no tenés remedio con las antigüedades, sos un calco del viejo.”, pensaba mientras escuchaba el tono de llamada.
-“Hola, ¿tía Sarah?... Martina, si soy yo… no estoy en España… sí, estoy acá… llegue ayer… sí, no… no vine sola… estoy con Nico… si mi hijo… no nadie más tía… escúchame… ¿te podemos visitar ahora?... vale, si en un rato… si, y tomamos unos mates… vale, vale, ya salimos para allá besos…”
-“¿A dónde vamos má?”, pregunto Nico apenas Martina colgó el teléfono.
-“Buenos Días,…”
-“Buen Día”
-“vamos a ver a mi tía Sarah”
-“¿Ahora?”
-“Si. Así que vení a tomar el desayuno y luego te cambias, que salimos enseguida”
-“Ok, ya voy…”, como todo buen niño recién levantado, tener que salir enseguida era un momento de rabieta… que obviamente se pasaba después de un rico desayuno y la promesa de ir al parque por la tarde.
Era ya pasada la media mañana cuando logré salir de la imprenta, con cierto alivio tras haber solucionado el problema de los pliegos pendientes. Volví a tomar el móvil y llamé a la oficina para saber de novedades. Anahí, siempre eficiente y cordial me conto los pormenores de la mañana y me paso los mensajes que le habían llegado, nada importante.
Corté la comunicación y le envié un mensaje a mi hermana para saber de su paradero. Que no tardo demasiado, estaban en la casa de la tía Sarah y, salvo Nico que quería ir al parque, la estaban pasado bomba
Todo estaba en calma, por lo menos hasta la noche. Pero mi cabeza ya estaba haciendo un hueco para almacenar las preguntas que tenía para hacerle. Sabía que las cosas no habían funcionado bien del todo y que tarde o temprano todo se podia desmadrar pero no entendía como había pasado y porque ella había vuelto tan de prisa, si se suponía que estaba con Mamá y además saliendo con Darío. Otro tema que deberían aclarar, no era que no quisiera a Darío de cuñado, por supuesto que sí, siempre tuve la idea de que ella se casaría con él, pero… venirse sola con Nico… no tenía mucho sentido si todo estaba bien.

viernes, 9 de octubre de 2015

El Trajecito Azul

Para cuando me desperte, la casa estaba totalmente a oscuras, salvo por el resplandor de la calle que apenas entraba por las persianas del ventanal del escritorio.
Me sente en borde del sillón y me estire todo lo que pude. Siempre me pasaba lo mismo, últimamente dormia mas en el sillón que  mi propia cama, lo cual no era nada beneficioso; pues mi cuerpo andaba pasandome factura muy a menudo. No tenía idea de la hora, pero no era de mañana eso era seguro.
El estómago me hacia ruido, cosa que evindeció que no había comido nada desde aquel desayuno en la mañana con el Flaco, Nico y mi hermana en las Violetas.
Despacito casi sin hacer ruido me deslice hasta la cocina mientras mientras sentía que la factura esta vez iba a ser alta... pero me paré en seco delante de la puerta pues por debajo salía un tenue resplandor que  seguro venia de la lámpara que estaba pro encima de la isla que hacía pocochabia instalad para modernizar un poco la casa. Lentamente fui abriendo la misma para descubrir a Martina que estaba canturreando como lo hacía de chica.
-"No se seguis tomando té, como cuando eramos chicos, pero igual te tengo lista una taza para servirte." medijo sin darse vuelta.
No había perdido el toque, te sentia por mas silencioso que fueras. Y que pudiera hacer eso, me dio mucha alegría, porque al fin y al cabo la hermana que yo conocía seguía intacta y eso me hizo sentir más que aliviado.
-"En realidad vivo a café, pero no te lo voy a negar un té de los tuyos puede superar ampliamente a la cafeína.
Le sirvio la taza y una vez la tetera sobre ese soporte hecho por mamá, me tendió la taza con una sonrisa, llena de melancolías y al mismo tiempo alegrías por estar de nuevo en casa. Y me sorprendi aún más cuando siguio hablando...
-"¿Te acordás del trajecito azul?
-“El que esta en el armario de la abuela,¿no?”, le repregunte a Martina, mientras sorbia tratando de no quemarme con el té.
-“Si" contestó
-Un lugar lleno de recuerdos, que incluso yo que no la conocí me emociono al pensar que todo lo que ahi esta guardado encierra mas de una historia sobre los abuelos y losviejos...ellos si sabían disfrutar juntos”, dije mientras apoyaba la taza sobre la mesada de mármol
Martina, giro sobre sí misma, quedando de frente a su hermano, se apoyó la mano sobre el pecho como si sostuviera el trajecito y simplemente soltó aquellas palabras que Papá siempre recitaba.

“Trajecito azul, que así te conocí,
Llenaste mis pupilas con tu andar.
Quise decirte todo lo que sentí,
Pero me fue imposible cuando te vi”

-“Así era el viejo, un romántico”, dije apenas termino Martina.
-“Si, todo un romántico cursi”
-“No seas tonta”, le conteste mientras le alcanzaba mi taza de té.
-“Tenés razón. ¿Te acordás que el viejo lo recitaba, cuando andaba contento?”, dijo ella, -“jamás lo había entendido hasta que vi este trajecito azul de mamá, con esto lo termino de enamorar... ¿querés más té?"
-“Dale, pero no tan caliente... Papá, siempre decía que era una aparición celestial, el trajecito azul”
-“Si y lo más divertido de todo esto es que se me pegó ese versito de papá. Y la vieja cuando me escucha recitarlo se pone nostálgica y te puedo asegurar que algún que otro lagrimón se le pianta. Aunque ella lo niegue.”
-“Si seguro, si se amaban con locura”
-“Lo extraño mucho, a veces me hace tanta falta”, dijo Martina con cierta tristeza en la voz.
-“Si la casa no es lo mismo sin ellos”, dije con cierta nostalgia.
-“Che, para que mamá está viva todavía”
-“Obvio, no me refería a eso tonta”
El trajecito, Matina lo había dejado tendido sobre la cama matrimonial del cuarto, antesde ir a la cocina. Ahora, con las palabras del viejo en su cabeza, Martina volvió a dejar la taza sobre la mesada, se acercó a mi y apoyandose sobre mi hombro me dijo:
-“Si te entiendo, la casa está vacía sin ellos. A pesar de que todavía estemos nosotros acá, falta algo”
-“Si faltan sus memorias, sus pasos, sus palabras que siempre bañaron las paredes de esta casa”, agregué.
Mis palabras habían hecho mella en los pensamientos de Martina. Era cierto la casa estaba en silencio desde hacía mucho tiempo dejando pasar los días inexorables como si se tratara de un una rutina cansina.
Pero algo había cambiado, nuestra presencia hizo que un aire renovador invadiera los pasillos, cada recoveco, habitación y piso de esa casona volvieran a la vida.
Empuje suavemente con mi mano el mentón de Martina hasta que la pude mirar a los ojos y entonces me dijo:
-“¿Sabes? Papá, estaría orgulloso de cómo conservaste todo en su lugar…”, hizo una pausa lo tomo de nuevo del brazo con ambas manos y agregó, -“Trajecito azul, que así te conocí… Te quiero Carlos, no sabes lo que te extrañé”.
La bese en la frente y apoye mi palma derecha sobre sus manos, mientras saliamos dela cocina por el pasillo rumbo a la sala.
-“Yo también, Martu, no tenés idea.”
Ya era pasada la media noche, cuando decidimos que era mejor irnos a dormir. Nos dimos un beso a la manera española y rumbeamos a nuestras respectivas habitaciones. Martina en su cuarto de juventud. Y yo, al llegar al mio me di cuenta que Nico estaba durmiendo en mi cama, lo cual me dio ternura verlo todo despatarrado con las sábanas casi en el piso. Lo arrope de nuevo, dándole un beso en la frente y salí de allí con mi almohada bajo el brazo para dejarse caer de nuevo en el sillón del living... era sabido queesta semana iba a tener que pagar una factura muy alta a mi cuerpo.

viernes, 2 de octubre de 2015

La casona

Tras los saludos entre Martina y el Flaco, la llevada de las valijas al auto y la vuelta por la Ricchieri. El café con leche en las Violetas fue una buena antesala de lo que sería la llegada  a la  casona de nuestros padres. Una nueva oleada de sentimientos imposibles de refrenar.
Martina rompió a llorar, apenas se bajó del auto. Era como si le hubieran dado un masazo sentimental directo en la frente.  Nico, al lado de ella, la abrazo fuerte y le pregunto si estaba bien. Estaba hecho todo un hombrecito. Conservando toda su inocencia y al mismo tiempo ese temple que lo hizo madurar de golpe sobrellevando quizás una carga que no le correspondía, pero que era inevitable, si quería ayudar a su madre.  Me acerqué, apoyando mi mano en su hombro y le dije:
-“Nico, hijo, es hora de que tu tío se haga cargo, déjame ayudar a tu madre. El Flaco, necesita que lo ayudes con las valijas.”
Nico, desconcertado por vez primera en mucho tiempo, se dejó llevar por mi voz y fue con el Flaco a bajar las valijas. Mientras yo llevaba a Martina dentro de la Casona, pude sentir a mi sobrino mirar como su madre desconsolada se apoyaba en el marco de la puerta mientras yo la tomaba del brazo para ayudarla por si se sentía que no le daban las fuerzas.
-“Oye”, le dijo el Flaco a Nico, “¿qué estás pensando?”
-“Nada, me siento raro”, contestó él.
-“No te preocupes, siempre pasa, tu tío es un ñato de buena cepa”
Ante esas palabras, Nico se lo quedo mirando y por supuesto el Flaco se dio cuenta en seguida que había olvidado de donde venía y, se largó a reír a carcajadas.
-“Perdón, es la costumbre, pero ya me vas a ir entendiendo… digo… que tu tío es un buen hombre, y que los ama demasiado como para dejar que les pase algo. Sobre todo a tu madre.”
Nico, volvió a mirar par la puerta de entrada, ahora vacía y suspiró lentamente. Pero algo le decía que las cosas ahora iban a estar mejor. Lo miró al Flaco, tomo la primera valija que él le alcanzaba y a la rastra se la llevo dentro de la casa.
“Es valiente, y tiene el alma de un dragón”, se dijo para sí el Flaco, mientras bajaba el resto de las valijas a la vereda.
La casona estaba en penumbra cuando atravesaron el portal. Martina casi sostenida de mi hombro se dejó llevar lentamente mientras este ibamos prendiendo las luces a cada paso. Todo estaba intacto, casi parecía que nunca se hubiera ido de ese lugar. Pasamos por el pequeño hall, donde Martina percató del sobre, me miró y dijo en voz baja:
-“No hay caso, siempre igual vos. No te ibas a dar por vencido, ¿no?”
-“Jamás, Hermana, jamás” y le di un beso en la mejilla que ella agradeció apoyando su cabeza en mi hombro.
Avanzamos por el pasillo con piso de pinotea y las paredes decoradas por pequeños marcos antiguos, algunos de ellos provenientes de la casa de los abuelos, el crujir característico de la madera, siempre en el mismo lugar, donde nuestro padre había escondido alguna vez la caja de valores en tiempos difíciles. Una caja que contenía los tesoros de la familia. Libros y discos que en una época fueron prohibidos. Un piso que además había sido terreno de grandes aventuras y tremendas carreras con los patines de tela que mamá nos obligaba a usar cada vez que lo enceraba. Paredes con una línea de tiempo que contaba con lujo de detalles por donde había transcurrido la historia familiar. Martina se detuvo delante del único retrato que yo  había pintado alguna vez... apoyo su mano sobre la tela y me miró diciendo: - te juro que la quise traer, pero no quiso, no hubo caso..."
-"No te preocupes, va a estar bien" le contesté, mientras deseaba que fuera cierto.
Comenzaron a caminar de nuevo  y ambos se miraron sonriendo, cuando hicieron crujir la madera de nuevo , con sus pasos.
La casa era una de esas viviendas grandes de antaño, donde se criaban las familias numerosas, cosa que sucedía, pues no existía la televisión. Era en esas épocas donde la imaginación creaba grandes cosas, donde los juegos se hacían en el patio o en la terraza, entre las sogas donde se colgaba la ropa y, guay si por alguna razón manchabas alguna sábana que se estuviera secando. Con los tiempos modernos todas esas cosas se fueron perdiendo, la mayoría de esas casonas viejas se fueron derrumbando dando paso a las grandes y altas torres, donde casi nadie se conoce y están todos enchufados a su televisión o computadora de última generación.
Sin embargo, esta casa estaba intacta. Era nuestro latido, el de todos aquellos que alguna vez habían pisado sus pinoteas, sus mármoles o cerámicos. Era la casa de Paternal, la casona de los viejos, nuestros viejos.
Ya era avanzada la mañana cuando la dejé sentada en uno de los grandes sillones de la sala, junto a las mesitas que otrora Papá había traído de alguna parte.
-“Quédate”, le dije, cuando ella intento  ayudar con las valijas.
-“Pero…”
-“Pero nada, te quedas”, repeti.
Enseguida, fui en ayuda de Nico quien, con cierto esfuerzo había logrado traer dos de las tres grandes valijas que traían consigo.
-“Vale, hombre, que tienes fuerza”, le dije
-“Sip, y esto no es nada, puedo con mucho mas…”, contestó haciéndose el importante.
-“Oye, porque no me dejas a mí las valijas y te vas con tu madre para que te muestre la casa”
Me miró con cara de aliviado y ni lento ni perezoso, dejó la valija donde estaba y entro a correr por el pasillo, mientras me gritaba -“Gracias”.
-“Si piensas mimarlo así, no va a quedar mucho sobrino que digamos”, sentenció el Flaco que justo entraba por la puerta con la última valija y un bolso de mano.
-“Si lo sé, pero no lo puedo evitar, hace mucho tiempo que no los veo y a Nico, desde que nació prácticamente.”, contesté.
El Flaco, se me acercó, apoyo esa manaza bien suya sobre mi hombro y dijo. –“te comprendo, pero ojo, porque mucho puede significar incontrolable”.
Siempre igual con esas frases y consejos que te dejaban entre preocupado y agradecido, así era él.  Se despidió de Martina y Nico que estaban en la sala y volvió a palmearme el hombro al pasar agregando que cualquier eventualidad lo llamara por teléfono. Y se despidió como lo haciamos siempre, con un caluroso abrazo.
Tras cerrar la puerta, me quede mirando a mi hermana y mi sobrino que estaban parados en el pasillo, mientras ella le contaba las historias que encerraban cada uno de los cuadros que ahí colgaban. La escena me transportó por primera vez en mucho tiempo a tiempos pasados, cuando el viejo estaba todavía en pie y se pasaba horas hablando de sus antepasados, de todos las historias que encerraban aquellas reliquias y de como había logrado mantener a salvo todos esos libros que ahora estaban sobre los estantes de la gran biblioteca.
La casa estaba otra vez completa, en realidad era un decir pues faltaban los mayores, pero era mejor que nada.
Me acerque a ellos y sin esperar que dijeran nada, les dije de pedir unas pizzas para almorzar. A lo que hubo un si rotundo por parte de los dos.
Llevamos las valijas a los cuartos y mientras Martina se disponía a arreglar la ropa en los placares, busque el numero de la pizzeria y las encargué para cerca del mediodía para luego sentarme el en escritorio a terminar con algunas cosas que habían quedado pendientes de un trabajo.
Había pasado no mas de una hora, cuando me sentí observado. Me sonreí y sin mirar le dije: - "podes entrar, es más si querés me podes ayudar a guardar las carpetas que ya no necesito... obvio si tenes ganas"
-"No se si mi mamá me deja", contestó
-"Yo te dejo, soy tu tío no?", le dije haciendo una mueca seria, que obviamente no me salió, porque enseguida se puso a reir.
-"Mamá tiene razón sos malisimo haciendo caras!!!"
-"¿Caras?... si yo no hice ninguna cara..."
-"Si tio! te quisiste hacer el serio pero no te sale" me contestó
-"Si, jamás te salieron Carlitos!!!" agregó Martina que justo pasaba con una pila de ropa rumbo al lavadero.
-"¿Puedo ayudarlo mamá?" pregunto Nico.
-"Si el tío te deja, no veo porque no. Pero le haces caso en todo y no rompas nada!" agregó ella.
-"Siiiiii má !!!" le dijo Nico para luego pararse a mi lado y esperar que le dijera que hacer.
Había pasado el mediodía, las cajas de pizzas yacían sobre una mesa, apiladas ordenadamente, Nico tirado sobre el sillón del living dormido a pata tendida, mientras nosotros simplemente estábamos en silencio en la cocina. Martina, preparando algo de té.
A pesar de los años, las cosas no se olvidan tan fácilmente, me había ocupado de mantener todo igual y eso ella se lo agradecía profundamente.
-“Me imagino que te iras a descansar un rato, el viaje te mata”
-“No tenés idea.” Dijo ella.
-"No te quiero atosigar, pero me tenés que contar con detalle. Hay mucho que no entiendo... lo último que supe por Gloria, era que estabas con Darío..." le dije a Martina.
-"Si ya sé." contestó mientras revolvía el azúcar que había hechado en la taza del té. -"Hay mucho que contar. Si, estuvimos juntos hasta que me dijo que me viniera, que aca iba a estar mejor..."
-"Qué, te dejó? Eso nos es propio de él !!!", estaba sorprendido, porque sabía el amor que le tenía Darío a Martina.
-"Nooo, para nada!!! es que en realidad las cosas se pusieron bravas y el no se podía venir con nosotros... por el laburo viste..."
-"¿¡Bravas?!... que pasó??"
-"Ivan, nos encontró... no nos vio, pero tuvo una agarrada con mamá y nos tuvimos que ir para que no pasará a mayores..." dijo mi hermana mientras me servia algo de té.
-"Me jodes!... pero porque no me avisaste?"
-"¿Y que ibas hacer, tomarte un avión? ¿venir al rescate?...Carlitos..."
Inmediatamente, su mano estaba apoyada en mi mejilla y sentí  por vez primera que mi hermana ya no era esa personita frágil y chiquita que tenía guardada en mi mente.
Por primera vez, había una mujer entera, parada delante de mi con la fuerza de saber que estaba en el lugar correcto, en el momento indicado.
-"...Carlitos... Darío se quedo allá para cuidarnos también, pero lo más importante para él era que volviéramos acá, porque acá no nos iba a faltar nada, ni nadie."
Apoyo la taza sobre la mesa, me dio un beso en la mejilla y me dijo que se iba acostar un rato con Nico en el sillón. Le acaricie la mejilla y le sonreí, quedándome solo en la cocina por un rato.
La tarde transcurria, con los ruidos de la calle que apenas se podían escuchar desde el patio interno de la casona de Paternal.
Cuando las primeras luces de la calle se encendieron, simplemente me apoltrone en  un sillón que había en la sala, donde habitualmente me sentaba a leer y me dejé llevar por el cansancio hasta quedarme dormido profundamente. En ese instante la casa se llenó de recuerdos y anécdotas que susurraban sus historias entre los sueños de sus bellos durmientes, en un abrazo paternal.

domingo, 27 de septiembre de 2015

La Cena

La entrada del edificio era amplia y muy luminosa, tenía además un enorme banco de madera lustrada. Donde uno podía sentarse a disfrutar de una agradable vista de la acera, incluso de noche. Martina había subido el primer peldaño de la escalinata de la entrada cuando se giró sobre sí y apoyando su palma sobre el pecho de Darío le dijo: -“Mira que no hay compromiso, ya sabes cómo es mamá”.
-“Por eso mismo, porque la conozco, tengo que subir al piso. Imagina que puede llegar a decir si se entera que rechace una de sus invitaciones a comer”, contestó él.
-“Cierto… nos mataría a los dos sobre todo a mí en la primera vuelta”, la risa de Martina le ilumino la cara de una manera que Darío se sorprendió mucho, al redescubrir cuan bella era.
Se miraron mutuamente a los ojos y ambos volvieron a sonreír, para luego entrar al edificio. Hacía mucho tiempo que Martina no se sentía tan extraña. Lo conocía desde que era una señorita, siempre habían sido muy buenos amigos, pero en esta ocasión había algo más.
Cuando entraron al piso, el aroma a comida recién hecha inundaba toda la estancia.
La mesa del comedor estaba puesta. Mantel, copas, los platos que su madre había comprado una vuelta en el mercadillo en un viaje a Zaragoza y, unas elegantes servilletas que ni Martina sabía de su existencia.  Los dos atónitos ante tanto glamour solo atinaron a mirar a Mónica.
-“Morrones Rellenos”, contestó,” esos que te gustan tanto, los que comías en Paternal”
Darío no lo podía creer, aquella mujer que conocía desde hacía tanto tiempo, no se había olvidado siquiera de su plato favorito. Se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo, con un beso en cada mejilla a la manera española.
-“Se nota que te quiere, a mí ni me los hace”, dijo Martina con cierto desdén.
-“mentirosa, vamos que te los hago entre otras cosas ricas”, agregó su madre mientras se acercaba nuevamente a la cocina para terminar de dar los últimos toques a su receta.
-“Vayan acercándose a la mesa que ya llevo la fuente.”
En eso, la puerta del piso se abrió y entro Nicolás como una tromba, preguntando qué era eso tan rico, pero se paró en seco al mirar a Darío parado junto a su madre.
-“Mi hijo Nicolás”, le dijo Martina a Darío, mientras se acercaba a saludarlo.
-“¿Y este?, pregunto Nico
-“No seas maleducado, es gran un amigo de tu tío y de tu madre.” Le contesto la abuela, que había dejado la fuente sobre la mesa  y como por arte de magia le había propinado un coscorrón en la cabeza,-“vamos, vete a la lavar las manos que ya está la mesa servida”.
Mientras esperaban al crió, se fueron sentando a la mesa donde, la fuente con su exquisito aroma, hacía suspirar a los comensales y, les inquietaba el hambre.  Darío, se dejó llevar por los recuerdos, cuando era más chico, se juntaban con Carlos y organizaban esos asaltos en la casona, con música y hamburguesas en la parrilla del fondo. Para luego quedarse a dormir y al día siguiente comer esos morrones rellenos que preparaba Mónica con tanto cariño y maestría.  Una delicada mezcla de carne, cebollas, tomate, carne picada y quien sabe cuántas cosa más que se disolvían en el paladar dejando un sabor que se disfrutaba hasta el último bocado.
-“¿Y cómo estas hijo?”, interrumpió sus pensamientos Mónica, mientras le pasaba el plato.
-“Bien madre”, las costumbres no se habían perdido, como antaño Darío llamo a Mónica como hacía tantos años que no lo hacía, -“trabajando por estas tierras, haciendo de todo un poco.”
-“Artista”, agregó Mónica
-“Siempre en el clavo”, dijo riendo Darío, -“No vas a cambiar nunca”
Ambos se sonrieron.
La fuente se fue vaciando entre risas, chistes, recuerdos y más recuerdos. Con miradas cómplices entre aquellos que alguna vez habían participado en la organización de alguna de las tantas fiestas y reuniones sorpresa de la vieja casona. En alguna ocasión, las mejillas de Martina tomaron color ante alguna de las anécdotas contadas por Darío y, las risas de Nico al escuchar tales cosas.
Durante un instante, ella se limitó a mirarlo y simplemente se dejó llevar por sus pensamientos. Parecía increíble que se hubiera tomado tanto trabajo en averiguar donde se encontraba. En buscar la manera de poder estar junto a ella. El corazón le pego un brinco.
Nico la saco de ese trance, cuando en un descuido volcó la copa sobre la mesa con la gaseosa que estaba tomando.
-“¡Hijo! Más cuidado”, dijo ella levantando la voz
-“¡Bueno! Perdón, no me di cuenta…”
-“Calma, calma, que aquí no ha pasado nada”, enseguida Darío con un rollo papel que había en la mesada de la cocina, puso varias servilletas debajo del mantel.
La cena transcurrió y la sobremesa se transformó en una tertulia de la cual Mónica renuncio al segundo intento de café. Nico estaba prácticamente dormido sobre el sillón del living, del cual a Martina se le hacía imposible levantarlo. Entre ambos, lograron llevarlo a la cama y mientras Darío la observaba desde la puerta de la habitación, ella arropaba al pequeño para que se durmiera tranquilo.
-“Creo que es hora de retirarme” dijo él en voz baja para no despertar al crío.
-“No quisiera” contesto ella.
-“Mañana nos vemos si querés”, agregó él.
-“Vale, espera que busco las llaves para abrirte” finalizo ella, sabiendo que era toda un excusa el hecho de bajar con él a la entrada del edificio.
Un rato después, bajo un cielo estrellado de inusitado brillo, ambos se encontraban en los peldaños que unas horas antes ya habían pisado. El aire estaba fresco, ligero, con un dejo a hojas verdes perfumadas.
Darío, bajo un peldaño, le tomo la mano a Martina y cuando ella le pregunto qué pasaba, el simplemente le dijo –“nada” y la beso en los labios.
Las estrellas titilaron con más fuerza que nunca durante ese instante mágico, un segundo de ingravidez para dos corazones que durante mucho tiempo se desearon pero nunca se habían sentido así de unidos.
Darío quiso dar un paso atrás para alejarse darle aire, pero ella no lo dejó, besándolo nuevamente.
-“Me tengo que ir” dijo él.
-“Lo sé” contesto ella. Pero ninguno de los dos movía un músculo.
La luz del hall del edificio se encendió y esa fue la señal de la inexorable partida. Darío la volvió a besar y le dijo que entrara. Luego, la saludó mientras se encaminaba calle abajo. Ella, desde el otro lado de la puerta, simplemente suspiro y sintió por primera vez que sus mejillas se enrojecían de felicidad.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Mamá

Estaba en la terminal, mirando a Martina acercándose a mí, y como en un deja vú de esos que tengo sin razón aparente, la vi a Mamá de joven. Yo sé que fue un lapsus, pero en tan solo unos segundos me vinieron a la memoria un millón de imágenes, hechos, palabras, gestos y tantas otras cosas que la ola se transformó en un tsunami emocional.
Mamá
Hace unos años atrás Martina se la llevo a Europa, porque acá estaba “sola”, como si yo no existiera.  Pero en cierta forma tenía razón. Yo andaba de acá para allá con quilombo de laburo y de mujeres. Ni siquiera tenía tiempo de ver a mis amigos.
-“La casona de paternal te queda para vos. Mamá se viene conmigo”, me había dicho ella por teléfono un día de verano de acá. Y no entendía nada, pero acepte, pues mucha más no podía hacer. Tan mal estaba que ni siquiera supe cuando se tomó el avión. Simplemente llegué a la casa y me encontré con una carta, con un simple “Te amo”.
Y se me cayó el alma al piso, pues me había dado cuenta que había perdido, quizás para siempre la posibilidad de volverla a ver. Esa noche no dormí, me la pase jugueteando con una cajita de metal que ella misma me había pintado.  Dejándome llevar por ese río de recuerdos que no poco a poco se fue esfumando en mi memoria.
Se suponía que era el Hermano mayor, quién debía encargarse... pero no pude, no en ese momento. Tenía demasía cosas en la cabeza incluso para hablar las como mamá. Asi que deje que se la llevará a sabiendas que quizás iba a ser un viaje de despedida sin despedida . casi como lo había sido con el viejo... ´épocas que andaba enroscado en tantas cosas que ni a la casona iba de visita. Hasta que un día, esos que te levantas con la sensación extraña en el estomago... hasta que sonó el teléfono  y escuche la vos de Martina a llanto pelado . Me quede mudo por dentro, si bien había dicho algo que no me acuerdo, tenía el alma en pena. Ese viejo querido, que me había dado tanto ya no estaba... y ahora mamá.
Todavia recuerdo todas las noches de verano, que nos  quedabamos a escondidas, luego que Martina se dormía, hasta tarde en el living de la casona, charlando. Papá con sus grandes historias y sus lecciones sobre el socialismo. Una  enciclopedia viviente que daba cátedra cada vez que abría la boca. Y mamá, que cada tanto metía un bocadillo. Entre mate, café y galletas se pasaba el tiempo.  Escuchar las historias que entretejían después de leer el mismo libro y pensar en posibles finales alternativos. Un juego que siempre atrapaba a todos los presentes. Esos eran mis viejos queridos.
Para mi, ella siempre había sido aquella alma llena de conocimiento, la palabra justa y ese cariño que no hacía falta que ni te abrazara porque lo estaba logrando con su voz todo el tiempo.
Pero el tiempo se tomó revancha, logrando que la vida me fuera despreocupada, consiguiendo que las reuniones se fueran disipando, incluso después de la muerte . de Papá  Me había juntado con una loca que lo tenía totalmente embobado. Se podría llegar a decir que me había hasta cortado las visitas a la casona de Paternal. Pero la ida repentina a Europa deMartina, me había golpeado como si fuera un libro en la cara, dejando que su mente pensara con certeza que nada estaba perdido y, ahora con ella de vuelta, menos.
Por un instante en medio de mis recuerdos sentí el abrazo de mi hermana, ahí parados en la terminal de Ezeiza. Los recuerdos se me fueron encima, una segunda oleada que me hizo temblar de alegría y tristeza todo al mismo tiempo.
Sumergido como se encontraba me dejé llevar a esas reuniones multitudinarias que armaba con mis amistades, donde nunca faltaba la presencia de Mamá compartiendo la  charla con todos ellos, invitándoles a tomar algo o simplemente preguntándoles de su vida cotidiana. Se sabía los nombres de todos y cada uno. 
Era un oleaje incontrolable.
Y solo el abrazo, cariñoso y casi maternal, pudo traerme a la realidad nuevamente.
-“Escúchame”, le dije de golpe como si de algo me hubiera acordado, -“¿Por qué no te la trajiste?”
-“¿Mamá?”, dijo Martina
-“¡Sí! ¿Quién más sino?
-“No. Olvídate, de allá dudo que vuelva.”
-“Pero está sola”
-“Sí, es cierto y no creas  que no lo pensé, pero no me daba para los pasajes y, además ella allá tiene todo su sistema de salud, que acá olvídate.” Martina lo decía con tanta calma que sonaba creíble.
-“Además, le deje a los gatos…”, la carcajada de Martina se hizo sentir. Todos sabíamos que los gatos con mamá nunca se habían llevado bien del todo.
-“Graciosa, pobre vieja, debe de estar pensando en nosotros todo el tiempo.”, dijo él.
-“De eso no te quepa la menor duda”
-“Bueno, bueno” se lo escucho decir al Flaco, -“¿Qué les parece si nos vamos de acá y tomamos un rico café con leche y medias lunas en las Violetas, antes de caer en Paternal?”
Y todos dijimos que sí, empujamos el carrizo con las valijas y salimos del terminal rumbo al auto, con la memoria puesta en esa bella mujer que nos miraba desde el norte, asomada al balcón mirando las primeras luces de la mañana y escuchando el murmullo de los pajaritos en los árboles.

El Café

No pudieron resistirse, se fundieron en un abrazo con tanto cariño que daban l sensación, que se iban a quebrar. Había pasado tanto tiempo, que parecía imposible que estuvieran juntos otra vez.
Martina, le dio un beso en la mejilla y luego preguntó: -“¿Puedo saber qué haces acá?”
-“Hay Tina, siempre con tus preguntas, pareces Mafalda”, le soltó en respuesta.
-“No, en serio”, insistió ella, mientras sentía como sus mejillas subían de color irremediablemente.
Darío la envolvió entre sus brazos y le dijo: -“que te parece si tomamos algo y te cuento
-“Vale”, contesto Martina, mientras se encaminaban hacia “La Parada”, él la mantuvo cerca, pues ella entrelazaba su mano con la de él.
El bar, tenía la virtud de ser bastante discreto a pesar de que siempre había gente. Los habituales de siempre y algún que otro extraño que seguro era pasajero de la algún bus que saliera de la terminal.
Carola, una uruguaya de muy buen carácter y dueña del lugar, saludo a Martina cuando la vio y se sonrió pícara al verla acompañada. Se habían hecho buenas amigas, sobretodo porque había una historia similar en sus vidas.
Martina en seguida le hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no había caso la uruguaya, no se lo creía ni ahí.
Se acercaron  una de las mesas que daban al ventanal de la calle y se sentaron enfrentados. No decían nada, solo una mirada atrapada en una sonrisa cómplice por el placer de haberse encontrado, hasta que ambos dijeron al mismo tiempo: -“¡A quema ropa!” y se largaron a reír estrepitosamente, pues no era otra cosa que el recuerdo de los juegos que su hermano Carlos siempre los hacía jugar en las reuniones que se hacían en la casa de Buenos Aires.
-“¿Quién va primero?”, preguntó él.
-“Pues debería ir yo, pero no sé nada de ti desde hace mucho…”, contesto ella.
-“Cierto, pero yo nada de ti también… así que dispara preciosa”, la sonrisa de Darío era la misma de siempre, pintada como en las épocas de los asaltos en la casa de Paternal, en Buenos Aires. Sabía que Martina solía hacerte la interesante y no deseaba quedarse atrás. Pero esta vez  el juego era distinto.
-“Bien”, dijo ella y luego preguntó, -“¿Es casualidad que tenes amigos viviendo justo acá o me estabas buscando?”
-“Bueno, a decir verdad, no es casualidad y si te estaba buscando”, dijo el con una sonrisa.
-“¿Pero por qué?”
-“Carlos me dijo que estabas en la costa y cuando te busqué, tu amiga Gloria, me dijo que te mudaste para aquí casi de un día para el otro… ¿qué sucedió?”, tenía las manos frente a su cara, como si estuviera rezando… Y esa pose a ella la ponía loca, siempre le había gustado cuando se hacia el intelectual, y en parte lo era.
-“Nada”, resoplo ella y continúo, -“simplemente las cosas se fueron de madre y no funcionaron como debían. Así que el decidió una noche que era mejor sacarme de la casa y quedarse con todo. Y bueno, termine aquí, con mamá y Nicolás.”
-“¿Te sacó de la casa?”, pregunto él incrédulo.
-“Si, literalmente hablando. A duras penas pude tomar la cartera y las camperas de verano. Nos dejó en la calle sin un céntimo”, le contó Martina con agua en los ojos.
-“No me jodas”, los ojos de Darío se abrían de par en par sin poder lograr entender todo el panorama.
-“Terminamos en un albergue conocido, donde ayude varias veces y al día siguiente logre ubicarla a Gloria que me trajo con Mamá.”
-“No lo puedo creer, al final mostro la hilacha”, comento Darío.
-“Si, algo así”, Martina tenía la vista sumergida en la taza no tan humeante de café a estas alturas. No le gustaba recordar demasiado aquellos días y todo lo que había dejado atrás.
-“Perdón por sacar el tema”, las manos suaves de Darío tomaron las de Martina y las cobijaron con una sensación de amor inconmensurable.
-“No importa, no te preocupes, al menos tengo a Nico conmigo y a mamá”
-“Y a mí” agregó él.
-“Gracias, yo sé que puedo contar contigo ahora”
Las palabras fluyeron por el resto de la tarde, entre cafés y medias lunas, que los uruguayos hacían con maestría en su horno de leña.
En un momento cuando el sol estaba despuntando su retirada, Martina se dio cuenta que él no le había quitado la mirada de encima en toda la tarde. Tenía su sonrisa dulce, como ella la recordaba. Charlaron sus vidas y con ello el sol terminó su derrotero diario para dar entrada al manto de estrellas que todas las noches embellecían el cielo de la noche.
La mesa atestada de papeles y servilletas garabateadas, las tazas de café y los platitos con algunas migas abandonadas eran el fiel reflejo de una reunión de viejos amigos.
En un momento, de esos que se produce un silencio no buscado, el móvil de Martina hizo su entrada. En la pantalla un mensaje de texto.
“Invítalo a cenar. Mamá”
Martina, hizo una mueca al leerlo.
-“tu madre, seguro”, dijo Darío risueño.
-“uff”, contestó Martina, resoplando su flequillo que le caía sobre la frente para quitarlo de allí.
-“Vamos, vamos no es para tanto, ¿qué es lo que quiere?”
-“Que vengas a cenar al piso”
-“Si vos queres, no tengo problema”, Darío siempre estaba dispuesto, siempre tenía esa virtud de ser un hombre al pie del cañón para lo que fuera. En ese sentido se parecía mucho al Flaco, el otro amigo de su hermano.
Martina sabía que era un gesto cariñoso, la respuesta de Darío, que no había compromiso alguno de parte de ella, pero también sabía que si no aceptaba la propuesta de su madre, la iban a regañar cual colegiala y la verdad era que ya no estaba para esas cosas.
-“¡Porque no! Al fin y al cabo vas a quedarte por acá durante un tiempo, más vale que veas a mamá cuanto antes, pues sino me va a retar”, la sonrisa de Martina al final se hizo notar, había algo en Darío que la había hecho cambiar de opinión. Ya no era una invitación de su madre, ahora ella deseaba que se quedara más tiempo con ella.
-“Pues entonces está todo dicho.”, dijo él mientras hacía señas a Carola par que le trajera la cuenta. –“Porque no caminamos un rato, así descansamos de estar tanto sentados, antes de volvernos a sentar…”
De buena gana ella acepto con gusto, quiso pagar ella, pero él no la dejó. Salieron del bar despidiéndose de los uruguayos y caminaron calle abajo rumbo al parque central del pueblo. Al principio uno al lado del otro, entrelazando sus manos a medida que los pasos avanzaban rumbo al parque.
La tarde había sido tranquila y ahora la noche comenzaba a asomarse con una suave brisa que acariciaba sus cuerpos y el murmullo de las aves sobre los árboles que poco a poco iban callándose, para dar lugar al silencio crepuscular.
Casi no había quedado rincón por recorrer de sus memorias, incluso aquellos donde se guardaban sus más recónditos secretos. Estaban dichosos y exhaustos de tanto hablar, cuando llegaron a la puerta del edificio donde Martina vivía con Nico y su madre.

Darío

Las tardes de verano se pasaban unas tras otras sin mayores novedades. El piso donde Martina vivía con Mónica, su madre y Nicolás, estaba recién terminado.
Con el ventanal frente a la calle, en diagonal a una redonda como lo llaman los españoles y a unas cuadras del Ayuntamiento. Un lugar ideal.
La brisa que entraba por la gran ventana era suave y tranquila, suficiente para el cuerpo recién bañado de Martina. El crío, no estaba en casa y eso le permitía pasearse por la misma como dios la trajo al mundo, mientras buscaba aquella blusa que había comprado en el mercadillo. La voz de su madre se sentía placida desde la cocina, al igual que los aromas que de allí provenían.
-“Martina, ¿vas a escribirle a tu hermano o lo vas a llamar por el fijo?”
-“¡Ya le he mandado un mail, mamá!” contestó ella recordando que siempre pasaba lo mismo; recibía cartas y luego le costaba demasiado sentarse a responderlas de puño y letra. Cosa que gracias al correo electrónico le fue posible hacer, muy a pesar de los rezongos de su hermano Carlos, quien sostenía que no había mejor manera de saber cómo se encontraba uno, a través de una carta manuscrita. Cosa que casi nunca recibía de Martina.
“Algún día Hermano, algún día”, pensó para sí misma, mientras se terminaba de acomodar la blusa azul. La imagen de Carlos persistió en su cabeza, robándole una sonrisa, era imposible no quererlo.
-“Tengo tanto que contarte Carlitos”, se dijo a sí misma en voz baja, incluso para que su madre no la escuchara, por las dudas.
En ese instante, sonó el móvil, generándole cierto fastidio en la interrupción de sus pensamientos. Lo tomó con la mano que aún tenía libre y vio que se trataba de un mensaje de texto.
Abrió el mensaje, pues no conocía el número y al leer el contenido simplemente atino a llevarse una mano a la boca tapándola, mientras decía: -“Dios no es posible… ¿Darío?”
Su voz resultaba casi inaudible.
Se habían conocido en una reunión de la casa de Paternal. Esas que organizaba Carlos cada tanto con sus amigos, donde Martina siempre se enganchaba porque les caía bien y además la hacían sentir “grande”. Para ella, era imposible olvidarse de él. Pues aunque sus amigas decían que no era muy pintón, para ella lo era y además, siempre la hacía ruborizar cuando la miraba. Algo que ni siquiera el tiempo ni la distancia pudo resolver, porque ahora mientras miraba el mensaje del móvil, sintió como se encendían sus mejillas.
-“¿Darío, que haces acá?”, se preguntó en voz alta, -“tan lejos de casa, es imposible”
El mensaje era claro, no había equivocación.
“Tina, quisiera tomar un café contigo. Estoy acá, parando en casa de unos amigos. ¿Todavía se te ponen los cachetes colorados?”
-“Si todavía lo hago, incluso sin verte”, se dijo a sí misma, con una emoción contenida que casi le hace perder el equilibrio, al girar hacia la puerta y pegarse flor de julepe cuando  escucho una voz que le decía.
-“Así, que vino a buscarte”, dijo su madre que estaba parada bajo el marco de la puerta de su habitación.
-“¡Mamá!, ¡casi me matas del susto!”, replicó Martina que no la había visto.
-“AHH! Martu, no es para tanto.”, respondió Mónica, mientras se secaba las manos con un repasador.
-“Seguro que vino por ti, hija”, se sonrió con una mueca de satisfacción al darse cuenta que su frase había causado efecto en su hija, dejándola sola en la habitación antes que le pudiera decir algo nuevamente.
-“¡Mamá!”, volvió a gritar Martina, pero ya era tarde sus mejillas estaban al rojo vivo de nuevo. Y eso significaba solo una cosa, esta vez no se iba a quedar con las ganas.
Después de eso tardo como veinte minutos para encontrar la ropa interior que le hiciera juego con lo que llevaba puesto. Se sentía tonta, adolescente, no podía entenderlo, o sí. Lo mismo se preguntó: “¿qué haces acá Darío?”
La mesa estaba servida, los aromas de las exquisiteces de su madre inundaban todos sus sentidos. Tanta sorpresa, le había hecho olvidar que tenía hambre. La cocina  del piso estaba fundida en un solo ambiente junto al comedor, apenas divido por una mesa alta para el desayuno y algún que otro menester culinario. De paredes blancas con muebles de madera lustrada y electros de acero, era un lugar soñado para cualquiera que quisiera darse corte en la cocina y esa era su madre, le encantaba la buena mesa.
Martina, con el móvil aun en la mano caminaba por el pasillo mirando al piso, pensativa. Pero cuando llego al marco de la puerta se quedó estupefacta. La mesa del comedor estaba servida como si fuera una fiesta, con servilletas de tela, los platos de la abuela y una botella de Sidra que por lo visto su madre tenía escondida en alguna parte.
-“Pero… mamá, ¿Qué es todo esto?”, pregunto ella.
-“Pues nada… simplemente un festejo por los primeros seis meses que hace que nos hemos mudado juntos y que tú has recuperado tu libertad”
-“Mamá, yo no recupere nada, a mí me echaron con Nico como a un perro…”, dijo ella con cierto disgusto.
-“Mejor aún”, le contestó la madre, “pues así no puede reclamarte nada y si lo hace lo tendrá que vérselas conmigo primero”. Mónica estaba seria, no le gustaba hablar de una persona que había maltratado a su hija durante tanto tiempo, incluyendo a su hijo. Pero no era momento para ponerse a sacar las broncas, muy por el contrario, era tiempo de alegría de festejar que había un futuro por venir, un futuro que parecía ponerse de acuerdo con sus expectativas para con su hija.
Mónica, miró el reloj que estaba encima de la alacena. Nico no había vuelto del parque y siempre era puntual a la hora de la comida. Volvió a mirar a su hija y vio que estaba con los ojos llenos de agua.
-“Vamos niña, no te pongas de esa manera que el crio no tiene que verte así”
-“ya lo sé, no puedo evitarlo. Gracias”, la emoción la había invadido, los detalles de su madre la ponían en una posición débil y eso era más que evidente. Mónica lo supo enseguida, y se acercó a abrazarla como cuando era chica, apoyando su cabeza sobre su vientre y acariciándole el cabello.
-“¡De verdad mamá, gracias, te amo!”
En ese instante, por la puerta de entrada al piso hizo su aparición Nico, con la pelota de futbol llena de tierra bajo el brazo.
-“¡Hola, ya volví!”, dijo con voz cantarina.
-“¡Vale!, pero te lavas las manos antes de venir a la mesa…” le dijo Martina, tratando de ocultar su ojos mojados, -” Y primero lo primero, besame y a tu abuela también, no seas grosero”
-“Vale, vale, ya voy”
Nico se acercó medio a los resonantes hasta su madre y le dio un beso. Luego a la abuela y salió corriendo al baño a lavarse las manos para sentarse a comer.
Martina miró a su madre y esta atino a levantar los hombros diciendo: -“Iglesia abandonada”
-“¡Mamá, como podes decir eso!”
-“No tiene cura hija, lo tomas o lo dejas”, agregó Mónica.
El almuerzo transcurrió tranquilo, con historias contadas por Nico sobe el partido y todos sus vericuetos jugado en el parque con sus amigos de la escuela. El café de la sobre mesa. Una tradición legada por su padre en los tiempos de Buenos Aires. Un ritual para los mayores, pues Nico ya se había ido raudo para el parque a seguir jugando.
-“¿Y?” pregunto de pronto la madre.
-“¿qué?”, le contestó Martina.
-“¿Lo vas a llamar?”
-“mamá, no empieces”,  respondió ella, mientras sentía que perdía el control de sus mejillas.
-“Te vino a buscar, eso es seguro”
-“Mamaaá”, Martina ya estaba roja.
No podía creer lo que estaba escuchando, su propia madre la estaba prácticamente entregando en bandeja de plata.
-“Nunca haría eso de entregarte”
Martina le clavo la mirada, no podía creer que ella supiera que estaba pensando, pero era su madre todo lo sabía y eso era inevitable. Mónica, en tanto le devolvió la mirada con una sonrisa cómplice.
Tras el almuerzo. Martina le envió un mensaje de texto invitándolo a Darío a tomar un café en “La Parada”, un barcito cercano a la terminal de buses. Un lugar simpático, atendido por sus dueños, dos uruguayos muy divertidos que se la pasaban tomando mate.
Ya era la hora, y Darío no llegaba. No la iba a plantar, no era propio de él, pero le gustaba hacerse desear y por lo general llegaba unos minutos después de la hora asignada.
Estaba impaciente, hacía muchos años que no se juntaban solos, tantos que ni siquiera recordaba si lo habían hecho alguna vez. Tanto que preguntar. No sabía por dónde empezar.
-“Tina”, escucho a sus espaladas y, sus mejillas subieron de tono.

domingo, 20 de septiembre de 2015

La llegada

En medio de un letargo abrumador, desperté a causa de un ruido molesto. EL despertador estaba amenazando con seguir jodiéndome el sueño, cuando me di cuenta que el día D había llegado. Eran las tres de la mañana, putié por lo bajo por la diferencia horaria y con dificultad me senté en el borde de la cama. Martina  y Nico, llegaban en el vuelo de las cinco.
Me apuré a levantarme para ir al baño y vestirme, pues el flaco llegaría en cualquier momento. Ni siquiera  iba tener tiempo para poder desayunar, con lo caro que esta todo en el aeropuerto. Me puse mi mejor pantalón de media estación y busque las camperas de abrigo que tenía guardadas en el armario del cuarto de huéspedes, quizás las necesitarían al salir de Ezeiza. No sabía cómo estaba Nico de grande, pues lo había visto tan solo una vez en una foto que vino en la única carta, obviamente no escrita por mi hermana, sino por una amiga de ella. Gloria.
Las tres y media, sonó el timbre de la puerta. El flaco, por supuesto un relojito a la hora de llegar a todos lados.
-“Ya voy”, grite al pasar por la puerta de entrada, -“no encuentro las llaves”
-“Siempre igual. Dale, que vamos a llegar tarde”, el flaco me conocía bien, jamás había logrado entender porque siempre me olvidaba donde dejaba las llaves.
-“Ya, ya… acá están”, tome la llave de la puerta de entrada y abrí. Ahí estaba el grandote, casi tapando la puerta. El flaco, tenía uno de esos gamulanes que había heredado de no sé quién y que le quedaban pintados. La gorra calzada en la cabeza y los guantes que siempre tenía para conducir en esta época del año. Yo, en cambio, parecía un desgarbado personaje de historieta desprolijo y a medio terminar de vestir, con el sobretodo en el antebrazo y la boina agarrada con los dientes.
-“Che, miércoles que hace frío”, le dije al flaco apenas cruce la puerta, sin soltar la boina.
-“Y, si salís así, qué queres... vos también…”, era lógico, demasiado temprano para ser tan estúpidamente ingenuo. Me apuré a arreglarme la camisa y ponerme el abrigo mientras, intentaba cerrar la puerta de la casa, mientras sostenía las camperas. El flaco se dio cuenta que no podía con todo, era demasiado. Me saco las camperas y con un gesto risueño me miro como diciendo “no podes”.
Me encogí de hombros, no podía hacer más… gire la llave y me dirigí al auto del flaco. Tenía el coche en marcha así que estaba calentito. Una vez ubicados, nos pusimos el cinturón de seguridad y emprendimos la marcha.
-“traje café, porque me imaginé que te ibas a levantar justo”, me dijo sonriendo.
-“Como se nota que te gusta hacerme esto…”, me conocía muy bien, sabía que nunca podía levantarme tan temprano, con tiempo de sobra… todo era siempre a los rajes. Tome el termo que cuidadosamente estaba puesto en un canasto que llevamos siempre a los picnics y los jarros térmicos que habíamos comprado en un viaje por el sur.
Un viaje de esos que se disfrutan, que se lucen porque la amistad hace que todo sea más fácil. Había sido un verano de unos cuantos años antes, cuando recién estábamos salidos del secundario. Nos propusimos recorrer el sur en el auto del flaco. Juntamos los petates y unos cuantos mangos para poder  pagar todos lo que fuera necesario. Y así casi sin planificar nada salimos a la ruta, para darnos cuenta cuando habíamos llegado a Bahía Blanca, que nos habíamos olvidado todos los cacharros de cocina en el piso del garaje de la casa del flaco. Obviamente, nos largamos a reír, porque sabíamos que íbamos a tener conseguir algo para poder hacer las sopas instantáneas y el café de la mañana, que cuidadosamente habíamos empacado en el baúl del auto.  Así eran nuestros viajes, pura aventura.
La autopista Ricchieri como siempre estaba cargada, pero sin demoras. El flaco tomo uno de los carriles ligeros y cuando estableció la velocidad crucero, le pase la taza cargada por la mitad, como a él le gustaba tomar cuando maneja.
Llegamos al peaje, todo estaba tranquilo, menos yo, que me sentía un manojo de nervios. Martina había vuelto por una causa, pero nada de lo que me había dicho sonaba coherente.
La hora del arribo se acercaba, otra vez iba a poder abrazar a mi hermana, esta vez quizás para siempre.
La verdad había pasado tanto tiempo que no me acordaba lo interminables que resultaban las terminales del aeropuerto internacional.  Por suerte, parecía un pueblo casi desierto, con algún que otro pasajero perdido con la valija a la rastra y los empleados de los cafés con caras de cansancio esperando el cambio de turno. Tomé un carrito de una de las largas filas que habían en un costado y puse las camperas encima. Hacía frío esa madrugada y en Ezeiza se sentía con ganas. Nos acercamos a la pantalla donde se avisaban los vuelos que llegaban y con placer encontramos que estaban en buen horario.
El flaco con el termo bajo el brazo como si fuera un uruguayo que va a tomar mate se había mandado a la terminal con dos jarritos chicos uno en cada bolsillo, disimuladamente me sirvió un poco de café y me lo dio diciendo por lo bajo… “agarra que todavía es gratis”. Me sonreí al escucharlo, porque sabía que era capaz de ponerse un puesto si se le daba la gana, era así emprendedor sin problemas. Donde y cuando fuera, como no importaba.
Faltaban como cuarenta minutos, los más largos de nuestras vidas, parados como dos chorlitos bajo la pantalla con un carro con camperas y un jarro de café clandestino entre las manos, así esperamos a Martina y Nicolás.
Había transcurrido mucho tiempo, quizás demasiado, y el temor de no acordarme de mi hermana a pesar de los llamados y las no cartas recibidas, me estaban comenzando a incomodar.
Ezeiza seguía helado, el flaco me seguía suministrando café, como un soldado parado al pie del cañón. Tenía los pies medio entumecidos, cuando me señalo la pantalla diciendo, -“ya llegaron”. El vuelo 4342 procedente de Madrid, había aterrizado.
El corazón le dio un salto, comenzando a latir desesperado con la necesidad de verla, abrazarla y quizás llorar como un estúpido de felicidad. Ver a Nicolás, por vez primera, pensando si el pequeño sería capaz de reconocerme. Ideas vanas, pues nunca se habían visto. Por lo menos eso pensaba.
La palma del flaco apoyada sobre mi hombro fue un aliciente más que suficiente para lograr que me pudiera calmar, era lo que necesitaba, él sabía muy bien lo que corría por mi cabeza.
“Gracias”, le dije casi sin darme vuelta.
Un largo rato después las puertas por donde los pasajeros salían, comenzaron a abrirse y, una larga procesión de distintos hombres y mujeres cansados de tantas horas y tanto equipaje…sin embargo de Martina y Nicolás , nada…
Hasta que un niño de casi unos ocho años apareció corriendo de la nada, gritando hasta abrazarlo –“Tío...tío Carlos”, y a mi se me llenaron los ojos de lágrimas, porque sabía muy bien quien era, no hacía falta pensar, era la viva imagen de mi hermana.
Mientras abrazaba al niño, con los ojos llorosos vi a lo lejos una silueta que se acercaba, empujando un carrito con una valija y un escueto bolso. Ahí estaba Martina, con su sonrisa de siempre, aunque no tan brillante. Pero era ella, no cabía dudas.
-“Martina”, musite, mientras Nico dejaba de abrazarlo, quedándose a su lado.
-“Si, Carlitos” contesto ella al abrazarme, -“al fin en casa”
Nos abrazamos, la emoción había sido muy fuerte, inesperada, lo que parecía un simple recibimiento se transformó en una oleada de sentimientos encontrados que ninguno pudo superar, rompiendo a llorar de alegría en ese preciso momento.

Darse cuenta

Las calles estaban vacías,  el malestar de la resaca de los malos sueños, habían dejado huella en la cabeza de Martina. Se sentía aturdida, molesta, hasta se podría decir con ira contenida, por no haberse dado cuenta que esto iba a pasar tarde o temprano. La habían desalojado del único lugar que sentía como propio, por el cual había luchado todo este tiempo, incluso cuando él no estuvo.
-“Menuda forma de pagarme por todo lo que hice para poder seguir a delante. Ingrato. ¡Hijo de puta!”, su voz se mantenía contenida, pues no quería que Nico la escuchara.
Volvió a buscar su móvil en la cartera y marcó el último número. Esta vez, del otro lado del teléfono sonó una voz conocida.
-“¿Gloria?” preguntó Martina casi con vergüenza.
-“¿Dónde estás? ¡El puñeta de tu marido me ha dicho que los hecho a la calle!”
-“Necesito que me ayudes a llegar a lo de mi madre, por favor”
Gloria había estado siempre presente en la vida de Martina, desde que había llegado, algo así como sui ángel guardián y esta no sería la excepción.
-“Niña, te paso a buscar y te llevo, pero dime ¿dónde estás?”
-“En el albergue, con Nico”
-“¿El de la Cruz Roja?”
-“Si ese, gracias Gloria, gracias…”
-“Nada de gracias, tú me esperas que ya voy por ti y el niño”
Media hora más tarde, estaban camino donde vivía su madre. Nico, en el asiento trasero, jugaba con los juegos del móvil, mientras Gloria manejaba sin decir palabra, conocía muy bien a su amiga, sabía que en algún momento iba a sacar todo a la luz. Y así fue, Martina en una derroche de palabras lidiando con lo impronunciable, descargó toda su ira contra quién había sido su compañero de vida o por lo menos eso había querido creer ella.
-“La verdad, te digo que no sé cómo fue que empezó todo esto. Bueno , en realidad creo saber...pero desde que estuvo en la clínica no paro de molestarme, de ponerse cargoso de querer estar todo el día haciendo eso… imaginate ni que fuera una exprimidora de jugos... y después si me negaba a algo me amenazaba con vender todo y volverse... ¿a dónde?, si tenemos..." se interrumpió  de golpe al darse cuenta del tiempo del verbo y caer en la cuenta que sus posesiones se limitaban a un bolso, un móvil y un hijo, se apoyó sobre el marco de la cabina del auto y rompió a llorar.
Gloria, simplemente se dedicó a conducir, sin emitir palabra, solo puso un disco en la lectora de compactos y dejo correr la música. Aquella que lograba calmar a las fieras, que ella misma conocía muy bien. Tenía un historial de violencia de género que provenía desde lo más íntimo de su familia. Un padre de la vieja escuela, la arcaica por no decir medieval. Donde la mujer valía poco más que el perro, pero se encargaba de absolutamente todos los quehaceres de la casa y algo más también. Había sido abusada desde pequeña, con incursiones nocturnas a su cuarto, sin poder defenderse hasta pasados los quince, cuando en un ataque de ira reprimida, tomo el sartén caliente de la cocina y se lo dio de lleno en la cabeza repetidas veces, hasta que no le aguantaron los brazos. Gloría sabía perfectamente de lo que se había salvado su amiga. Le palmeo suavemente la rodilla y simplemente esbozo una sonrisa leve, apenas marcada por la comprensión.
El resto del viaje, simplemente se cruzaron algunas palabras, las justas, las más agradables. El resto se encargaría el tiempo y algún juez si llegaba el caso. 

La caja

Martes por la tarde,tenía los nervios destrozados, de solo pensar en volver a abrazar mi hermana me tenía desbordado completamente, sobre todo porque la última vez que habíamos hablado - antes de que me avisara que se volvía-  todo estaba de maravillas, hasta parecían de luna de miel.
¿Cuándo se desmadro todo?, retumbaba en mi cabeza...
En medio del silencio en que estaba sumergida la casa, en la entrada sonó el aparatoso teléfono negro, que todavía conservaba desde la época de los abuelos. Caminé unos pasos por el pasillo y tomé el teléfono inalámbrico que había en el estudio. Era Laura.
- “¿Carlos? Lau, me enteré por Alberto que llega tu hermana, mañana!”
-“Si, mañana a la madrugada, un quilombo”, le contesté. No quería que todos se enteraran de golpe, necesitaba algo de paz, pero sabía que tarde o temprano todos iban a estar con siempre...
-“Me hubieras avisado y te daba una mano con la casa. ¿Tenés todo listo?”, la típica pregunta de Laura, siempre atenta a todos los detalles. Una gran mina, tan dispuesta siempre como el flaco Alberto. También de la parroquia, pero de un grupo de chicos más grandes. Soltera, con varios pretendientes que le arrastraban el ala, pero ella nada. Cosa que jamás logre entender, a pesar de tenía mis teorías, las cuales pude comprobar y a estas alturas ya no interesaba, sólo un corazón generoso como el de ella podía estar tan atenta a un simple comentario de Alberto. 
-“Quédate tranquila Lau, esta todo bajo control, hasta les hice las camas, no te preocupes…”, contesté
-“Tá, pero cualquier cosa me chiflas, mira que no tengo drama…”
-“Gracias negra, pero no hace falta. Igual lo tengo en cuenta, gracias… gracias. Chau un beso" y colgué, con la certeza de que algo faltaba, pero la tarde se estaba asomando por las grandes ventanas que daban al jardín y las luces en alguno zaguanes estaban comenzando a encenderse.
Estaba sentado en el sillón de la sala, una habitación de grandes dimensiones, donde el viejo había puesto una biblioteca de titánicas proporciones, abarrotadas de volúmenes enciclopédicos y libros de toda clase y color; un muestrario delo que la naturaleza humana era capaz de poner sobre papel para perdurar en el tiempo y en la memoria de la gente. Las mesitas de caoba, traídas vaya uno a saber de dónde, con sus lámparas que nunca supe cómo aparecieron ahí, quizás otra de esas compras raras que hacia el viejo, sin que nadie supiera y, cuando menos lo esperabas estaban ocupando un lugar. En fin, demasiados recuerdos en cada uno de los objetos y rincones de toda la casa, pero esta vez algo me llamó la atención. Un libro de cierto volumen, decorado con rosas en su lomo. Algo muy extraño entre tantas rarezas conocidas.
“Un álbum de fotos”, me dije mientras lo sacaba de su lugar, mirándolo por todos lados . “El Casamiento de Martina”, me sorprendí de que ese documento estuviera en casa, pues la negri se había llevado todo, bueno, casi todo. Me a poltrona en el sillón nuevamente y me dispuse mirar las fotos cuando descubrí que había comentarios realizados con la letra de mi hermana, cosa extraña porque para que aquella escribiera tenia que pasar una catástrofe más o menos.
Martina no tenía esa costumbre, de anotar cosas en las páginas de sus álbumes, como lo hacía el viejo, que encima garabateaba detrás de cada foto. Al principio, siempre nos quejabamos de que ninguna foto se salvaba de su escritura, pero con el tiempo entendimos que la única forma de recordar de quienes o que estaba en cada foto era haciendo eso, por lo que agradecí esta vez que todo tuviera referencias. En las primeras páginas había fotos de todos los preparativos y los novios en distintas ocasiones; pero hubo una foto en particular que me detuvo, algo así como una alarma que se enciende avisando algo importante.
Ahí estaba mi hermana, colgada prácticamente de su novio. Él, con una cara demasiado seria para el asunto. me sorprendí , cuando intente recordar su nombre y no pude. Me lo quede mirando, parecía un muñeco de cera con un rictus de disgusto o algo parecido. No entendía porque la foto parecía fuera de lugar, hasta que me di cuenta que mi recuerdo no era el mismo que había en esa foto.
Estaban en la casa de Tía Sarah, celebrando el compromiso, cuando el flaco, los sorprendió en la entrada de la casa, prácticamente huyendo de las amigas de mi hermana que los querían bañar con papel picado. Ahora la foto, mostraba un perfil que en ese instante del hecho, no me había percatado. Una mueca de fastidio, un enojo que superaba lo que cualquier travesura te puede provocar cuando eres la víctima de la broma. Este gesto iba más allá, rayaba el odio.
Nadie se había dado cuenta de ello, pues el comentario de aquellas fotos siempre había sido, “que pesadas, no nos dejaban en paz ese día”. Siempre había sido así. Sin embargo, ahora muchos años después la visión de las cosas eran totalmente distintas o por lo menos eso parecía.
Entonces recordé que Martu había dejado una caja el día que dejó la casona, la había escondido ente los libros de la biblioteca casi como una cápsula del tiempo, que obviamente estaba detrás la enciclopedia de historia mundial y paradójica mente al lado de la mil y un maneras de redactar una carta... cosa que me hizo sonreír por un instante.
Nunca le había prestado atención , pues me parecía una cosa de chicas, boba, sin sentido hasta hoy. Tome la caja, volvía sentarme y la abri...
Al cabo de un rato, la deje cerrada sobre el álbum del casorio y sin sacarle la mano de encima  dijo en voz alta:
-“Te abrás casado con mi hermana, pero bien que te gustaban las otras”, sonó como una sentencia de muerte en los espacios de la casa vacía.

sábado, 12 de septiembre de 2015

El último grito

“Sola, con Nicolás a cuestas, que no termina de entender nada de lo que está pasando. Hasta hace un rato mirando la tele y ahora afuera, en medio de la calle y del calor”, sus pensamientos volaban a velocidad luz, tratando de poder poner a resguardo sus vidas, lo poco que les quedaba. Todavía no terminaba de entender como había pasado todo. Estaban en la sala compartiendo una cena, mirando en la tele algún capítulo de esas series que miran los chicos antes de acostarse. Hacía ya mucho tiempo que las cosas no venían bien, sobre todo después del último accidente. Su corazón estaba más oscuro que nunca.
Intentó razonar, lograr explicarle que debían tener paz en la casa, que las cosas no podían seguir así. Pero él insistía, quería tenerla con él en la cama, nada más. Se negó, le contesto  que dormiría en el sillón y allí explotó todo. Los gritos desaforados, los insultos, la frase final, que termino con un brazo maltratado y su hijo encima de ella, como si fueran un trapo maloliente, del lado de afuera de la casa.  El golpe final sobre el marco lo había dicho todo, no había vuelta atrás.

A duras, tenía  la cartera y unos buzos en la mano, a los empujones, como rateros sorprendidos en pleno hurto, fueron echados del techo seguro. El calor, implacable a esta hora de la noche les dio un cachetazo a ambos, dejándolos  totalmente desamparados ante la idea de lo que se venía. Caminaron por la cuadra rumbo a la plaza, para tratar de buscar un lugar donde guarecerse hasta decidir qué hacer. Sin dinero, hurgó en la cartera, rogando que el móvil estuviera allí. Y cuando sintió su lisa superficie plástica, agradeció las viejas costumbres heredadas del padre, ciertas cosas en ciertos lugares, siempre.
Nico estaba inquieto, preguntando a cada instante cuando iban a volver a la casa. Que por qué los habían sacado así de ahí adentro. Que tenía calor. Que por qué no estaban los tres juntos. Demasiados porqués para Martina, demasiados para contestarlos todos al mismo tiempo. Se giró hacia el niño, lo acerco a su pecho con ambas manos y abrazándolo fuerte, le dijo al oído
–“No te preocupes todo va a estar bien, mamá se va a ocupar de que no falte nada”, al tiempo que pensaba la misma frase para sí misma, esperando que su madre les pudiera dar ese abrigo.
-“¿Papá, ya no nos quiere más?”, pregunto el pequeño con cada de desolado.
-“No lo sé” y lo volvió a abrazar.

La brisa en la plaza, caliente, no la dejaba pensar con claridad y al mismo tiempo la hacía agradecer que no fuera invierno.  Habían encontrado un banco vacío y allí permanecieron durante un tiempo. Entonces, Martina tomó de nuevo el móvil, buscando en la agenda el nombre de una de sus amigas. Sabía que era tarde pero tenía que intentarlo. No hubo caso, en los tres números posibles parecía no haber nadie más que la maquina contestadora. No había más remedio que caminar hasta el albergue.
Sería una larga marcha, bajo un cielo estrellado, pero sin ese glamour que sentía al mirarlo algunas noches atrás.
La vida nocturna, en pleno auge para muchos de los que pululaban por ahí, buscando un lugar donde poder sentarse a tomar un trago o dos. La calle donde solían ir a comer algo, estaba atestada de gente, algunos conocidos del lugar. Pero ella no podía darse el lujo de que la vieran a esa hora y con esa facha. Hizo un rodeo por la calle del mercado turco y llegaron al albergue pasada la medianoche.
Las cosas se habían ido de madre, desde que andaba trabajando con el camión, habia cambiado, se habia vuelto erratico, molesto y l mayor parte del tiempo insciable. Martina sabía que andaba en malas companias, de eso estaba segura, pero nunca lo habia podido comprobar y además Nico siempre estaba primero para ella. Levanto la vista y vio el cartel del albergue, parecía mentira que un lugar donde ella solia venir a dar ayuda ahora sería un lugar que le daria ayuda a ella.

Toco el timbre y esperó. Sabía que no era hora, pero conocía  a la gente del albergue, no creíaque le fueran a negar cobijo. La encargada de noche abrió la puerta y al verla a ella y a Nico, solos y a medio vestir, simplemente no supo que decir.
-“¿Podemos Pasar Lucía?”, pregunto Martina casi con vergüenza.
-“Pero… por supuesto, pasa mujer, pasa… ¿pero qué ha pasado?
-“Pues, nada. Que nos ha largado a la calle sin más…”, la voz de Martina sonaba cada vez más apagada.
-“pero... que hay con ese tío… ” Lucía, como buena española que lo lleva en la sangre, se puso brava haciendo señas y ademanes, “perdona, pero este tío me pone de culo”
-“Sólo será por esta noche Lucía…”
-“Ni pensarlo, te quedas las que necesites”, la interrumpió Lucía.
-“Gracias guapa”, contestó Nico, que sentía una gran simpatía por la encargada del lugar
-“A ti, rapaz, gracias por decir tanta verdad”, a Lucía le gustaba que la piropearan y más si se trataba de Nico. -"Lástima que eres tan joven...", se sonrío y les hizo señas que la siguieran...

Esa noche, Martina y Nico durmieron en la misma cama, un catre grande, que les había armado Lucía en un cuartito aledaño a la sala donde ella hacia la guardia. Nico estaba inquieto y su madre apenas podía con sus pensamientos, hasta que el cansancio la venció por completo y se durmió, pero sin paz.
Estaba de nuevo en la casa, en medio de la sala de estar, parada frente a él. Ambos desnudos, cosa que no lograba entender por qué. Acto seguido, envuelta en  sus brazos, intentaba zafarse, pero no le era posible, él la aprisionaba cada vez más y se le reía en la cara. Martina apenas podía respirar, cerró los ojos pensando que de esa manera lograría acabar con eso, pero no lo logró. Todo termino en esa maldita cama. El encima de ella riéndosele en la cara, y con sus enormes manos forcejeaba por llegar hasta donde quería. Ella, le rogo que no lo hiciera, que la iba a lastimar, él se sonrío y presionó con más fuerza. El dolor fue intenso, sentía como cada fibra de su ser se destruía, se desvanecía a pedazos una y otra vez.  Solo pudo gritar, tan fuerte, que Nico a su lado en el catre se despertó asustado.
-“¿Mamá, estas bien?”, el pequeño estaba sentado a su lado preocupado, su mamá había gritado muy fuerte y ahora estaba llorando.
-“Eh! Nada, nada, sólo un mal sueño, dormí amor”, logro decir ella para intentar calmarlo.
-“Bueno”, dijo Nico y la rodeo con sus brazos, apoyando la cabeza sobre su pecho, mientras sentía como el corazón de su madre se iba calmando de a poco, lentamente a su ritmo normal.

Martina esta mentalmente abrumada, había sido un sueño muy real, tanto como todas aquellas ocasiones en que la había obligado a eso. Hizo un esfuerzo para  bloquear las imágenes, para no seguir pensando en ello. Apoyo su mano sobre la cabeza de su hijo y, con lágrimas cayendo por sus mejillas, fue cerrando sus ojos, hasta dormirse de nuevo.
Miles de estrellas la rodearon,  elevando su etérea figura, hasta la misma vía láctea y, mientras duraba ese derrotero fantástico se oían voces que le decían que había hecho lo mejor, que su vida daría un vuelco, que no volvería a permitirse ni siquiera soñarlo a él.
Y la noche siguió avanzando, en pleno final de primavera,  dejando que los sueños de Martina tomaran forma lentamente, hacía un futuro nuevo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Siempre, al pie del cañón


Después de que te fuiste, pasamos muchos años sin vernos y gracias a un contacto fortuito comenzamos a escribirnos. Escribirte, porque nunca logre que contestaras mis cartas. Cosa que jamás terminé de entender. 

Mis pensamientos me habían llevado al límite, no vi la camioneta que doblaba por la esquina y casi me lleva puesto. Menudo problema iba a ser. El tipo me toco bocina justo, al tiempo que me gritaba alguna de las barbaridades a las que ya andamos acostumbrados por estas tierras. Cuando pude recuperarme del susto, seguí mi camino hacia la casa del flaco.

-"¿Cómo se lo voy a pedir al flaco? ¿Cómo le explico?, porque es buena gente, pero si el avión llega a las 4 de la matina, estoy embromado… Mira que no contestarme las cartas, no se entiende... Y no es que le haya hecho algo, porque al fin y al cabo el que le hacía eso era él. A mí, ni se me ocurre, sea ella o cualquiera… pero menos ella, es mi hermana”

Las calles estaban desiertas, salvo por algún que otro auto que se escapaba por las esquinas más lejanas. Las hojas habían teñido las veredas de un mar de cobres y tonos rojizos que por lo general me calmaban y hasta se podría decir que me divertían escucharlas crujir, pero hoy no era el caso. Ya me faltaba poco, llegue a la esquina del almacén del gallego y gire a la derecha, faltaban apenas unos metros para la casa del flaco, cuando sentí mi nombre detrás mío.

-“Carlos, ¿qué haces por acá? ¿No nos juntábamos el viernes?”, era el flaco, un tipo grandote, por donde lo miraras, en realidad le decíamos el flaco para no acomplejarlo, tampoco era gordo, simplemente enorme.
Lo conocí cuando todavía usaba los cortos, como decía mi viejo. Éramos purretes crecidos que asistíamos un grupo de parroquia, esos donde te juntas un día por semana para hacer reuniones espirituales y ayudar al prójimo a través de las acciones misioneras. Pero  la acción principal llegaba los fines de semana cuando nos juntábamos en la casa de alguno y le caíamos en patota, con cerveza, comida y la música. Cuando no nos tocaba salir en grupo y se armaban unas roscas impresionantes porque nunca nos poniamos de acuerdo.
-“Martina, vuelve a casa”, dije con cierta vergüenza que se hizo visible, pues se me complicaba ocultarle las cosas a él.
-“Me jodes, ¿en serio?”, me pregunto con esa mirada típica de él. Era imposible no contestarle, tenía ese don de sacarte hasta los calzones con esa mirada.
-“En serio, pero no sé porque”, atine a decirle, con una mueca en la boca.
-“Uy,  la puta madre, ¿Cuándo?”
-“El miércoles este que viene”
-“¿Ya?. La vamos a buscar, no hay drama”
Así era Alberto, siempre al pie del cañón. Me volvió a preguntar porque era la vuelta y simplemente me encogi de hombros. Se sonrió - siempre hacía eso cuando se trataba de mi hermana... me apoyo esa manasa bien suya sobre el hombro y practicamente me metio en su casa para tomar unas cervezas.

La noche se acercó volando, encendiendo la ciudad con todas las luces, aquí y allá dejando que los espíritus de la noche porteña, se atrevieran a hacer de las suyas por las calles del centro. Mientras tanto, entre birra y birra, los recuerdos de nuestra infancia volvia a la luz, esperando la llegada de Martina.