domingo, 27 de septiembre de 2015

La Cena

La entrada del edificio era amplia y muy luminosa, tenía además un enorme banco de madera lustrada. Donde uno podía sentarse a disfrutar de una agradable vista de la acera, incluso de noche. Martina había subido el primer peldaño de la escalinata de la entrada cuando se giró sobre sí y apoyando su palma sobre el pecho de Darío le dijo: -“Mira que no hay compromiso, ya sabes cómo es mamá”.
-“Por eso mismo, porque la conozco, tengo que subir al piso. Imagina que puede llegar a decir si se entera que rechace una de sus invitaciones a comer”, contestó él.
-“Cierto… nos mataría a los dos sobre todo a mí en la primera vuelta”, la risa de Martina le ilumino la cara de una manera que Darío se sorprendió mucho, al redescubrir cuan bella era.
Se miraron mutuamente a los ojos y ambos volvieron a sonreír, para luego entrar al edificio. Hacía mucho tiempo que Martina no se sentía tan extraña. Lo conocía desde que era una señorita, siempre habían sido muy buenos amigos, pero en esta ocasión había algo más.
Cuando entraron al piso, el aroma a comida recién hecha inundaba toda la estancia.
La mesa del comedor estaba puesta. Mantel, copas, los platos que su madre había comprado una vuelta en el mercadillo en un viaje a Zaragoza y, unas elegantes servilletas que ni Martina sabía de su existencia.  Los dos atónitos ante tanto glamour solo atinaron a mirar a Mónica.
-“Morrones Rellenos”, contestó,” esos que te gustan tanto, los que comías en Paternal”
Darío no lo podía creer, aquella mujer que conocía desde hacía tanto tiempo, no se había olvidado siquiera de su plato favorito. Se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo, con un beso en cada mejilla a la manera española.
-“Se nota que te quiere, a mí ni me los hace”, dijo Martina con cierto desdén.
-“mentirosa, vamos que te los hago entre otras cosas ricas”, agregó su madre mientras se acercaba nuevamente a la cocina para terminar de dar los últimos toques a su receta.
-“Vayan acercándose a la mesa que ya llevo la fuente.”
En eso, la puerta del piso se abrió y entro Nicolás como una tromba, preguntando qué era eso tan rico, pero se paró en seco al mirar a Darío parado junto a su madre.
-“Mi hijo Nicolás”, le dijo Martina a Darío, mientras se acercaba a saludarlo.
-“¿Y este?, pregunto Nico
-“No seas maleducado, es gran un amigo de tu tío y de tu madre.” Le contesto la abuela, que había dejado la fuente sobre la mesa  y como por arte de magia le había propinado un coscorrón en la cabeza,-“vamos, vete a la lavar las manos que ya está la mesa servida”.
Mientras esperaban al crió, se fueron sentando a la mesa donde, la fuente con su exquisito aroma, hacía suspirar a los comensales y, les inquietaba el hambre.  Darío, se dejó llevar por los recuerdos, cuando era más chico, se juntaban con Carlos y organizaban esos asaltos en la casona, con música y hamburguesas en la parrilla del fondo. Para luego quedarse a dormir y al día siguiente comer esos morrones rellenos que preparaba Mónica con tanto cariño y maestría.  Una delicada mezcla de carne, cebollas, tomate, carne picada y quien sabe cuántas cosa más que se disolvían en el paladar dejando un sabor que se disfrutaba hasta el último bocado.
-“¿Y cómo estas hijo?”, interrumpió sus pensamientos Mónica, mientras le pasaba el plato.
-“Bien madre”, las costumbres no se habían perdido, como antaño Darío llamo a Mónica como hacía tantos años que no lo hacía, -“trabajando por estas tierras, haciendo de todo un poco.”
-“Artista”, agregó Mónica
-“Siempre en el clavo”, dijo riendo Darío, -“No vas a cambiar nunca”
Ambos se sonrieron.
La fuente se fue vaciando entre risas, chistes, recuerdos y más recuerdos. Con miradas cómplices entre aquellos que alguna vez habían participado en la organización de alguna de las tantas fiestas y reuniones sorpresa de la vieja casona. En alguna ocasión, las mejillas de Martina tomaron color ante alguna de las anécdotas contadas por Darío y, las risas de Nico al escuchar tales cosas.
Durante un instante, ella se limitó a mirarlo y simplemente se dejó llevar por sus pensamientos. Parecía increíble que se hubiera tomado tanto trabajo en averiguar donde se encontraba. En buscar la manera de poder estar junto a ella. El corazón le pego un brinco.
Nico la saco de ese trance, cuando en un descuido volcó la copa sobre la mesa con la gaseosa que estaba tomando.
-“¡Hijo! Más cuidado”, dijo ella levantando la voz
-“¡Bueno! Perdón, no me di cuenta…”
-“Calma, calma, que aquí no ha pasado nada”, enseguida Darío con un rollo papel que había en la mesada de la cocina, puso varias servilletas debajo del mantel.
La cena transcurrió y la sobremesa se transformó en una tertulia de la cual Mónica renuncio al segundo intento de café. Nico estaba prácticamente dormido sobre el sillón del living, del cual a Martina se le hacía imposible levantarlo. Entre ambos, lograron llevarlo a la cama y mientras Darío la observaba desde la puerta de la habitación, ella arropaba al pequeño para que se durmiera tranquilo.
-“Creo que es hora de retirarme” dijo él en voz baja para no despertar al crío.
-“No quisiera” contesto ella.
-“Mañana nos vemos si querés”, agregó él.
-“Vale, espera que busco las llaves para abrirte” finalizo ella, sabiendo que era toda un excusa el hecho de bajar con él a la entrada del edificio.
Un rato después, bajo un cielo estrellado de inusitado brillo, ambos se encontraban en los peldaños que unas horas antes ya habían pisado. El aire estaba fresco, ligero, con un dejo a hojas verdes perfumadas.
Darío, bajo un peldaño, le tomo la mano a Martina y cuando ella le pregunto qué pasaba, el simplemente le dijo –“nada” y la beso en los labios.
Las estrellas titilaron con más fuerza que nunca durante ese instante mágico, un segundo de ingravidez para dos corazones que durante mucho tiempo se desearon pero nunca se habían sentido así de unidos.
Darío quiso dar un paso atrás para alejarse darle aire, pero ella no lo dejó, besándolo nuevamente.
-“Me tengo que ir” dijo él.
-“Lo sé” contesto ella. Pero ninguno de los dos movía un músculo.
La luz del hall del edificio se encendió y esa fue la señal de la inexorable partida. Darío la volvió a besar y le dijo que entrara. Luego, la saludó mientras se encaminaba calle abajo. Ella, desde el otro lado de la puerta, simplemente suspiro y sintió por primera vez que sus mejillas se enrojecían de felicidad.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Mamá

Estaba en la terminal, mirando a Martina acercándose a mí, y como en un deja vú de esos que tengo sin razón aparente, la vi a Mamá de joven. Yo sé que fue un lapsus, pero en tan solo unos segundos me vinieron a la memoria un millón de imágenes, hechos, palabras, gestos y tantas otras cosas que la ola se transformó en un tsunami emocional.
Mamá
Hace unos años atrás Martina se la llevo a Europa, porque acá estaba “sola”, como si yo no existiera.  Pero en cierta forma tenía razón. Yo andaba de acá para allá con quilombo de laburo y de mujeres. Ni siquiera tenía tiempo de ver a mis amigos.
-“La casona de paternal te queda para vos. Mamá se viene conmigo”, me había dicho ella por teléfono un día de verano de acá. Y no entendía nada, pero acepte, pues mucha más no podía hacer. Tan mal estaba que ni siquiera supe cuando se tomó el avión. Simplemente llegué a la casa y me encontré con una carta, con un simple “Te amo”.
Y se me cayó el alma al piso, pues me había dado cuenta que había perdido, quizás para siempre la posibilidad de volverla a ver. Esa noche no dormí, me la pase jugueteando con una cajita de metal que ella misma me había pintado.  Dejándome llevar por ese río de recuerdos que no poco a poco se fue esfumando en mi memoria.
Se suponía que era el Hermano mayor, quién debía encargarse... pero no pude, no en ese momento. Tenía demasía cosas en la cabeza incluso para hablar las como mamá. Asi que deje que se la llevará a sabiendas que quizás iba a ser un viaje de despedida sin despedida . casi como lo había sido con el viejo... ´épocas que andaba enroscado en tantas cosas que ni a la casona iba de visita. Hasta que un día, esos que te levantas con la sensación extraña en el estomago... hasta que sonó el teléfono  y escuche la vos de Martina a llanto pelado . Me quede mudo por dentro, si bien había dicho algo que no me acuerdo, tenía el alma en pena. Ese viejo querido, que me había dado tanto ya no estaba... y ahora mamá.
Todavia recuerdo todas las noches de verano, que nos  quedabamos a escondidas, luego que Martina se dormía, hasta tarde en el living de la casona, charlando. Papá con sus grandes historias y sus lecciones sobre el socialismo. Una  enciclopedia viviente que daba cátedra cada vez que abría la boca. Y mamá, que cada tanto metía un bocadillo. Entre mate, café y galletas se pasaba el tiempo.  Escuchar las historias que entretejían después de leer el mismo libro y pensar en posibles finales alternativos. Un juego que siempre atrapaba a todos los presentes. Esos eran mis viejos queridos.
Para mi, ella siempre había sido aquella alma llena de conocimiento, la palabra justa y ese cariño que no hacía falta que ni te abrazara porque lo estaba logrando con su voz todo el tiempo.
Pero el tiempo se tomó revancha, logrando que la vida me fuera despreocupada, consiguiendo que las reuniones se fueran disipando, incluso después de la muerte . de Papá  Me había juntado con una loca que lo tenía totalmente embobado. Se podría llegar a decir que me había hasta cortado las visitas a la casona de Paternal. Pero la ida repentina a Europa deMartina, me había golpeado como si fuera un libro en la cara, dejando que su mente pensara con certeza que nada estaba perdido y, ahora con ella de vuelta, menos.
Por un instante en medio de mis recuerdos sentí el abrazo de mi hermana, ahí parados en la terminal de Ezeiza. Los recuerdos se me fueron encima, una segunda oleada que me hizo temblar de alegría y tristeza todo al mismo tiempo.
Sumergido como se encontraba me dejé llevar a esas reuniones multitudinarias que armaba con mis amistades, donde nunca faltaba la presencia de Mamá compartiendo la  charla con todos ellos, invitándoles a tomar algo o simplemente preguntándoles de su vida cotidiana. Se sabía los nombres de todos y cada uno. 
Era un oleaje incontrolable.
Y solo el abrazo, cariñoso y casi maternal, pudo traerme a la realidad nuevamente.
-“Escúchame”, le dije de golpe como si de algo me hubiera acordado, -“¿Por qué no te la trajiste?”
-“¿Mamá?”, dijo Martina
-“¡Sí! ¿Quién más sino?
-“No. Olvídate, de allá dudo que vuelva.”
-“Pero está sola”
-“Sí, es cierto y no creas  que no lo pensé, pero no me daba para los pasajes y, además ella allá tiene todo su sistema de salud, que acá olvídate.” Martina lo decía con tanta calma que sonaba creíble.
-“Además, le deje a los gatos…”, la carcajada de Martina se hizo sentir. Todos sabíamos que los gatos con mamá nunca se habían llevado bien del todo.
-“Graciosa, pobre vieja, debe de estar pensando en nosotros todo el tiempo.”, dijo él.
-“De eso no te quepa la menor duda”
-“Bueno, bueno” se lo escucho decir al Flaco, -“¿Qué les parece si nos vamos de acá y tomamos un rico café con leche y medias lunas en las Violetas, antes de caer en Paternal?”
Y todos dijimos que sí, empujamos el carrizo con las valijas y salimos del terminal rumbo al auto, con la memoria puesta en esa bella mujer que nos miraba desde el norte, asomada al balcón mirando las primeras luces de la mañana y escuchando el murmullo de los pajaritos en los árboles.

El Café

No pudieron resistirse, se fundieron en un abrazo con tanto cariño que daban l sensación, que se iban a quebrar. Había pasado tanto tiempo, que parecía imposible que estuvieran juntos otra vez.
Martina, le dio un beso en la mejilla y luego preguntó: -“¿Puedo saber qué haces acá?”
-“Hay Tina, siempre con tus preguntas, pareces Mafalda”, le soltó en respuesta.
-“No, en serio”, insistió ella, mientras sentía como sus mejillas subían de color irremediablemente.
Darío la envolvió entre sus brazos y le dijo: -“que te parece si tomamos algo y te cuento
-“Vale”, contesto Martina, mientras se encaminaban hacia “La Parada”, él la mantuvo cerca, pues ella entrelazaba su mano con la de él.
El bar, tenía la virtud de ser bastante discreto a pesar de que siempre había gente. Los habituales de siempre y algún que otro extraño que seguro era pasajero de la algún bus que saliera de la terminal.
Carola, una uruguaya de muy buen carácter y dueña del lugar, saludo a Martina cuando la vio y se sonrió pícara al verla acompañada. Se habían hecho buenas amigas, sobretodo porque había una historia similar en sus vidas.
Martina en seguida le hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no había caso la uruguaya, no se lo creía ni ahí.
Se acercaron  una de las mesas que daban al ventanal de la calle y se sentaron enfrentados. No decían nada, solo una mirada atrapada en una sonrisa cómplice por el placer de haberse encontrado, hasta que ambos dijeron al mismo tiempo: -“¡A quema ropa!” y se largaron a reír estrepitosamente, pues no era otra cosa que el recuerdo de los juegos que su hermano Carlos siempre los hacía jugar en las reuniones que se hacían en la casa de Buenos Aires.
-“¿Quién va primero?”, preguntó él.
-“Pues debería ir yo, pero no sé nada de ti desde hace mucho…”, contesto ella.
-“Cierto, pero yo nada de ti también… así que dispara preciosa”, la sonrisa de Darío era la misma de siempre, pintada como en las épocas de los asaltos en la casa de Paternal, en Buenos Aires. Sabía que Martina solía hacerte la interesante y no deseaba quedarse atrás. Pero esta vez  el juego era distinto.
-“Bien”, dijo ella y luego preguntó, -“¿Es casualidad que tenes amigos viviendo justo acá o me estabas buscando?”
-“Bueno, a decir verdad, no es casualidad y si te estaba buscando”, dijo el con una sonrisa.
-“¿Pero por qué?”
-“Carlos me dijo que estabas en la costa y cuando te busqué, tu amiga Gloria, me dijo que te mudaste para aquí casi de un día para el otro… ¿qué sucedió?”, tenía las manos frente a su cara, como si estuviera rezando… Y esa pose a ella la ponía loca, siempre le había gustado cuando se hacia el intelectual, y en parte lo era.
-“Nada”, resoplo ella y continúo, -“simplemente las cosas se fueron de madre y no funcionaron como debían. Así que el decidió una noche que era mejor sacarme de la casa y quedarse con todo. Y bueno, termine aquí, con mamá y Nicolás.”
-“¿Te sacó de la casa?”, pregunto él incrédulo.
-“Si, literalmente hablando. A duras penas pude tomar la cartera y las camperas de verano. Nos dejó en la calle sin un céntimo”, le contó Martina con agua en los ojos.
-“No me jodas”, los ojos de Darío se abrían de par en par sin poder lograr entender todo el panorama.
-“Terminamos en un albergue conocido, donde ayude varias veces y al día siguiente logre ubicarla a Gloria que me trajo con Mamá.”
-“No lo puedo creer, al final mostro la hilacha”, comento Darío.
-“Si, algo así”, Martina tenía la vista sumergida en la taza no tan humeante de café a estas alturas. No le gustaba recordar demasiado aquellos días y todo lo que había dejado atrás.
-“Perdón por sacar el tema”, las manos suaves de Darío tomaron las de Martina y las cobijaron con una sensación de amor inconmensurable.
-“No importa, no te preocupes, al menos tengo a Nico conmigo y a mamá”
-“Y a mí” agregó él.
-“Gracias, yo sé que puedo contar contigo ahora”
Las palabras fluyeron por el resto de la tarde, entre cafés y medias lunas, que los uruguayos hacían con maestría en su horno de leña.
En un momento cuando el sol estaba despuntando su retirada, Martina se dio cuenta que él no le había quitado la mirada de encima en toda la tarde. Tenía su sonrisa dulce, como ella la recordaba. Charlaron sus vidas y con ello el sol terminó su derrotero diario para dar entrada al manto de estrellas que todas las noches embellecían el cielo de la noche.
La mesa atestada de papeles y servilletas garabateadas, las tazas de café y los platitos con algunas migas abandonadas eran el fiel reflejo de una reunión de viejos amigos.
En un momento, de esos que se produce un silencio no buscado, el móvil de Martina hizo su entrada. En la pantalla un mensaje de texto.
“Invítalo a cenar. Mamá”
Martina, hizo una mueca al leerlo.
-“tu madre, seguro”, dijo Darío risueño.
-“uff”, contestó Martina, resoplando su flequillo que le caía sobre la frente para quitarlo de allí.
-“Vamos, vamos no es para tanto, ¿qué es lo que quiere?”
-“Que vengas a cenar al piso”
-“Si vos queres, no tengo problema”, Darío siempre estaba dispuesto, siempre tenía esa virtud de ser un hombre al pie del cañón para lo que fuera. En ese sentido se parecía mucho al Flaco, el otro amigo de su hermano.
Martina sabía que era un gesto cariñoso, la respuesta de Darío, que no había compromiso alguno de parte de ella, pero también sabía que si no aceptaba la propuesta de su madre, la iban a regañar cual colegiala y la verdad era que ya no estaba para esas cosas.
-“¡Porque no! Al fin y al cabo vas a quedarte por acá durante un tiempo, más vale que veas a mamá cuanto antes, pues sino me va a retar”, la sonrisa de Martina al final se hizo notar, había algo en Darío que la había hecho cambiar de opinión. Ya no era una invitación de su madre, ahora ella deseaba que se quedara más tiempo con ella.
-“Pues entonces está todo dicho.”, dijo él mientras hacía señas a Carola par que le trajera la cuenta. –“Porque no caminamos un rato, así descansamos de estar tanto sentados, antes de volvernos a sentar…”
De buena gana ella acepto con gusto, quiso pagar ella, pero él no la dejó. Salieron del bar despidiéndose de los uruguayos y caminaron calle abajo rumbo al parque central del pueblo. Al principio uno al lado del otro, entrelazando sus manos a medida que los pasos avanzaban rumbo al parque.
La tarde había sido tranquila y ahora la noche comenzaba a asomarse con una suave brisa que acariciaba sus cuerpos y el murmullo de las aves sobre los árboles que poco a poco iban callándose, para dar lugar al silencio crepuscular.
Casi no había quedado rincón por recorrer de sus memorias, incluso aquellos donde se guardaban sus más recónditos secretos. Estaban dichosos y exhaustos de tanto hablar, cuando llegaron a la puerta del edificio donde Martina vivía con Nico y su madre.

Darío

Las tardes de verano se pasaban unas tras otras sin mayores novedades. El piso donde Martina vivía con Mónica, su madre y Nicolás, estaba recién terminado.
Con el ventanal frente a la calle, en diagonal a una redonda como lo llaman los españoles y a unas cuadras del Ayuntamiento. Un lugar ideal.
La brisa que entraba por la gran ventana era suave y tranquila, suficiente para el cuerpo recién bañado de Martina. El crío, no estaba en casa y eso le permitía pasearse por la misma como dios la trajo al mundo, mientras buscaba aquella blusa que había comprado en el mercadillo. La voz de su madre se sentía placida desde la cocina, al igual que los aromas que de allí provenían.
-“Martina, ¿vas a escribirle a tu hermano o lo vas a llamar por el fijo?”
-“¡Ya le he mandado un mail, mamá!” contestó ella recordando que siempre pasaba lo mismo; recibía cartas y luego le costaba demasiado sentarse a responderlas de puño y letra. Cosa que gracias al correo electrónico le fue posible hacer, muy a pesar de los rezongos de su hermano Carlos, quien sostenía que no había mejor manera de saber cómo se encontraba uno, a través de una carta manuscrita. Cosa que casi nunca recibía de Martina.
“Algún día Hermano, algún día”, pensó para sí misma, mientras se terminaba de acomodar la blusa azul. La imagen de Carlos persistió en su cabeza, robándole una sonrisa, era imposible no quererlo.
-“Tengo tanto que contarte Carlitos”, se dijo a sí misma en voz baja, incluso para que su madre no la escuchara, por las dudas.
En ese instante, sonó el móvil, generándole cierto fastidio en la interrupción de sus pensamientos. Lo tomó con la mano que aún tenía libre y vio que se trataba de un mensaje de texto.
Abrió el mensaje, pues no conocía el número y al leer el contenido simplemente atino a llevarse una mano a la boca tapándola, mientras decía: -“Dios no es posible… ¿Darío?”
Su voz resultaba casi inaudible.
Se habían conocido en una reunión de la casa de Paternal. Esas que organizaba Carlos cada tanto con sus amigos, donde Martina siempre se enganchaba porque les caía bien y además la hacían sentir “grande”. Para ella, era imposible olvidarse de él. Pues aunque sus amigas decían que no era muy pintón, para ella lo era y además, siempre la hacía ruborizar cuando la miraba. Algo que ni siquiera el tiempo ni la distancia pudo resolver, porque ahora mientras miraba el mensaje del móvil, sintió como se encendían sus mejillas.
-“¿Darío, que haces acá?”, se preguntó en voz alta, -“tan lejos de casa, es imposible”
El mensaje era claro, no había equivocación.
“Tina, quisiera tomar un café contigo. Estoy acá, parando en casa de unos amigos. ¿Todavía se te ponen los cachetes colorados?”
-“Si todavía lo hago, incluso sin verte”, se dijo a sí misma, con una emoción contenida que casi le hace perder el equilibrio, al girar hacia la puerta y pegarse flor de julepe cuando  escucho una voz que le decía.
-“Así, que vino a buscarte”, dijo su madre que estaba parada bajo el marco de la puerta de su habitación.
-“¡Mamá!, ¡casi me matas del susto!”, replicó Martina que no la había visto.
-“AHH! Martu, no es para tanto.”, respondió Mónica, mientras se secaba las manos con un repasador.
-“Seguro que vino por ti, hija”, se sonrió con una mueca de satisfacción al darse cuenta que su frase había causado efecto en su hija, dejándola sola en la habitación antes que le pudiera decir algo nuevamente.
-“¡Mamá!”, volvió a gritar Martina, pero ya era tarde sus mejillas estaban al rojo vivo de nuevo. Y eso significaba solo una cosa, esta vez no se iba a quedar con las ganas.
Después de eso tardo como veinte minutos para encontrar la ropa interior que le hiciera juego con lo que llevaba puesto. Se sentía tonta, adolescente, no podía entenderlo, o sí. Lo mismo se preguntó: “¿qué haces acá Darío?”
La mesa estaba servida, los aromas de las exquisiteces de su madre inundaban todos sus sentidos. Tanta sorpresa, le había hecho olvidar que tenía hambre. La cocina  del piso estaba fundida en un solo ambiente junto al comedor, apenas divido por una mesa alta para el desayuno y algún que otro menester culinario. De paredes blancas con muebles de madera lustrada y electros de acero, era un lugar soñado para cualquiera que quisiera darse corte en la cocina y esa era su madre, le encantaba la buena mesa.
Martina, con el móvil aun en la mano caminaba por el pasillo mirando al piso, pensativa. Pero cuando llego al marco de la puerta se quedó estupefacta. La mesa del comedor estaba servida como si fuera una fiesta, con servilletas de tela, los platos de la abuela y una botella de Sidra que por lo visto su madre tenía escondida en alguna parte.
-“Pero… mamá, ¿Qué es todo esto?”, pregunto ella.
-“Pues nada… simplemente un festejo por los primeros seis meses que hace que nos hemos mudado juntos y que tú has recuperado tu libertad”
-“Mamá, yo no recupere nada, a mí me echaron con Nico como a un perro…”, dijo ella con cierto disgusto.
-“Mejor aún”, le contestó la madre, “pues así no puede reclamarte nada y si lo hace lo tendrá que vérselas conmigo primero”. Mónica estaba seria, no le gustaba hablar de una persona que había maltratado a su hija durante tanto tiempo, incluyendo a su hijo. Pero no era momento para ponerse a sacar las broncas, muy por el contrario, era tiempo de alegría de festejar que había un futuro por venir, un futuro que parecía ponerse de acuerdo con sus expectativas para con su hija.
Mónica, miró el reloj que estaba encima de la alacena. Nico no había vuelto del parque y siempre era puntual a la hora de la comida. Volvió a mirar a su hija y vio que estaba con los ojos llenos de agua.
-“Vamos niña, no te pongas de esa manera que el crio no tiene que verte así”
-“ya lo sé, no puedo evitarlo. Gracias”, la emoción la había invadido, los detalles de su madre la ponían en una posición débil y eso era más que evidente. Mónica lo supo enseguida, y se acercó a abrazarla como cuando era chica, apoyando su cabeza sobre su vientre y acariciándole el cabello.
-“¡De verdad mamá, gracias, te amo!”
En ese instante, por la puerta de entrada al piso hizo su aparición Nico, con la pelota de futbol llena de tierra bajo el brazo.
-“¡Hola, ya volví!”, dijo con voz cantarina.
-“¡Vale!, pero te lavas las manos antes de venir a la mesa…” le dijo Martina, tratando de ocultar su ojos mojados, -” Y primero lo primero, besame y a tu abuela también, no seas grosero”
-“Vale, vale, ya voy”
Nico se acercó medio a los resonantes hasta su madre y le dio un beso. Luego a la abuela y salió corriendo al baño a lavarse las manos para sentarse a comer.
Martina miró a su madre y esta atino a levantar los hombros diciendo: -“Iglesia abandonada”
-“¡Mamá, como podes decir eso!”
-“No tiene cura hija, lo tomas o lo dejas”, agregó Mónica.
El almuerzo transcurrió tranquilo, con historias contadas por Nico sobe el partido y todos sus vericuetos jugado en el parque con sus amigos de la escuela. El café de la sobre mesa. Una tradición legada por su padre en los tiempos de Buenos Aires. Un ritual para los mayores, pues Nico ya se había ido raudo para el parque a seguir jugando.
-“¿Y?” pregunto de pronto la madre.
-“¿qué?”, le contestó Martina.
-“¿Lo vas a llamar?”
-“mamá, no empieces”,  respondió ella, mientras sentía que perdía el control de sus mejillas.
-“Te vino a buscar, eso es seguro”
-“Mamaaá”, Martina ya estaba roja.
No podía creer lo que estaba escuchando, su propia madre la estaba prácticamente entregando en bandeja de plata.
-“Nunca haría eso de entregarte”
Martina le clavo la mirada, no podía creer que ella supiera que estaba pensando, pero era su madre todo lo sabía y eso era inevitable. Mónica, en tanto le devolvió la mirada con una sonrisa cómplice.
Tras el almuerzo. Martina le envió un mensaje de texto invitándolo a Darío a tomar un café en “La Parada”, un barcito cercano a la terminal de buses. Un lugar simpático, atendido por sus dueños, dos uruguayos muy divertidos que se la pasaban tomando mate.
Ya era la hora, y Darío no llegaba. No la iba a plantar, no era propio de él, pero le gustaba hacerse desear y por lo general llegaba unos minutos después de la hora asignada.
Estaba impaciente, hacía muchos años que no se juntaban solos, tantos que ni siquiera recordaba si lo habían hecho alguna vez. Tanto que preguntar. No sabía por dónde empezar.
-“Tina”, escucho a sus espaladas y, sus mejillas subieron de tono.

domingo, 20 de septiembre de 2015

La llegada

En medio de un letargo abrumador, desperté a causa de un ruido molesto. EL despertador estaba amenazando con seguir jodiéndome el sueño, cuando me di cuenta que el día D había llegado. Eran las tres de la mañana, putié por lo bajo por la diferencia horaria y con dificultad me senté en el borde de la cama. Martina  y Nico, llegaban en el vuelo de las cinco.
Me apuré a levantarme para ir al baño y vestirme, pues el flaco llegaría en cualquier momento. Ni siquiera  iba tener tiempo para poder desayunar, con lo caro que esta todo en el aeropuerto. Me puse mi mejor pantalón de media estación y busque las camperas de abrigo que tenía guardadas en el armario del cuarto de huéspedes, quizás las necesitarían al salir de Ezeiza. No sabía cómo estaba Nico de grande, pues lo había visto tan solo una vez en una foto que vino en la única carta, obviamente no escrita por mi hermana, sino por una amiga de ella. Gloria.
Las tres y media, sonó el timbre de la puerta. El flaco, por supuesto un relojito a la hora de llegar a todos lados.
-“Ya voy”, grite al pasar por la puerta de entrada, -“no encuentro las llaves”
-“Siempre igual. Dale, que vamos a llegar tarde”, el flaco me conocía bien, jamás había logrado entender porque siempre me olvidaba donde dejaba las llaves.
-“Ya, ya… acá están”, tome la llave de la puerta de entrada y abrí. Ahí estaba el grandote, casi tapando la puerta. El flaco, tenía uno de esos gamulanes que había heredado de no sé quién y que le quedaban pintados. La gorra calzada en la cabeza y los guantes que siempre tenía para conducir en esta época del año. Yo, en cambio, parecía un desgarbado personaje de historieta desprolijo y a medio terminar de vestir, con el sobretodo en el antebrazo y la boina agarrada con los dientes.
-“Che, miércoles que hace frío”, le dije al flaco apenas cruce la puerta, sin soltar la boina.
-“Y, si salís así, qué queres... vos también…”, era lógico, demasiado temprano para ser tan estúpidamente ingenuo. Me apuré a arreglarme la camisa y ponerme el abrigo mientras, intentaba cerrar la puerta de la casa, mientras sostenía las camperas. El flaco se dio cuenta que no podía con todo, era demasiado. Me saco las camperas y con un gesto risueño me miro como diciendo “no podes”.
Me encogí de hombros, no podía hacer más… gire la llave y me dirigí al auto del flaco. Tenía el coche en marcha así que estaba calentito. Una vez ubicados, nos pusimos el cinturón de seguridad y emprendimos la marcha.
-“traje café, porque me imaginé que te ibas a levantar justo”, me dijo sonriendo.
-“Como se nota que te gusta hacerme esto…”, me conocía muy bien, sabía que nunca podía levantarme tan temprano, con tiempo de sobra… todo era siempre a los rajes. Tome el termo que cuidadosamente estaba puesto en un canasto que llevamos siempre a los picnics y los jarros térmicos que habíamos comprado en un viaje por el sur.
Un viaje de esos que se disfrutan, que se lucen porque la amistad hace que todo sea más fácil. Había sido un verano de unos cuantos años antes, cuando recién estábamos salidos del secundario. Nos propusimos recorrer el sur en el auto del flaco. Juntamos los petates y unos cuantos mangos para poder  pagar todos lo que fuera necesario. Y así casi sin planificar nada salimos a la ruta, para darnos cuenta cuando habíamos llegado a Bahía Blanca, que nos habíamos olvidado todos los cacharros de cocina en el piso del garaje de la casa del flaco. Obviamente, nos largamos a reír, porque sabíamos que íbamos a tener conseguir algo para poder hacer las sopas instantáneas y el café de la mañana, que cuidadosamente habíamos empacado en el baúl del auto.  Así eran nuestros viajes, pura aventura.
La autopista Ricchieri como siempre estaba cargada, pero sin demoras. El flaco tomo uno de los carriles ligeros y cuando estableció la velocidad crucero, le pase la taza cargada por la mitad, como a él le gustaba tomar cuando maneja.
Llegamos al peaje, todo estaba tranquilo, menos yo, que me sentía un manojo de nervios. Martina había vuelto por una causa, pero nada de lo que me había dicho sonaba coherente.
La hora del arribo se acercaba, otra vez iba a poder abrazar a mi hermana, esta vez quizás para siempre.
La verdad había pasado tanto tiempo que no me acordaba lo interminables que resultaban las terminales del aeropuerto internacional.  Por suerte, parecía un pueblo casi desierto, con algún que otro pasajero perdido con la valija a la rastra y los empleados de los cafés con caras de cansancio esperando el cambio de turno. Tomé un carrito de una de las largas filas que habían en un costado y puse las camperas encima. Hacía frío esa madrugada y en Ezeiza se sentía con ganas. Nos acercamos a la pantalla donde se avisaban los vuelos que llegaban y con placer encontramos que estaban en buen horario.
El flaco con el termo bajo el brazo como si fuera un uruguayo que va a tomar mate se había mandado a la terminal con dos jarritos chicos uno en cada bolsillo, disimuladamente me sirvió un poco de café y me lo dio diciendo por lo bajo… “agarra que todavía es gratis”. Me sonreí al escucharlo, porque sabía que era capaz de ponerse un puesto si se le daba la gana, era así emprendedor sin problemas. Donde y cuando fuera, como no importaba.
Faltaban como cuarenta minutos, los más largos de nuestras vidas, parados como dos chorlitos bajo la pantalla con un carro con camperas y un jarro de café clandestino entre las manos, así esperamos a Martina y Nicolás.
Había transcurrido mucho tiempo, quizás demasiado, y el temor de no acordarme de mi hermana a pesar de los llamados y las no cartas recibidas, me estaban comenzando a incomodar.
Ezeiza seguía helado, el flaco me seguía suministrando café, como un soldado parado al pie del cañón. Tenía los pies medio entumecidos, cuando me señalo la pantalla diciendo, -“ya llegaron”. El vuelo 4342 procedente de Madrid, había aterrizado.
El corazón le dio un salto, comenzando a latir desesperado con la necesidad de verla, abrazarla y quizás llorar como un estúpido de felicidad. Ver a Nicolás, por vez primera, pensando si el pequeño sería capaz de reconocerme. Ideas vanas, pues nunca se habían visto. Por lo menos eso pensaba.
La palma del flaco apoyada sobre mi hombro fue un aliciente más que suficiente para lograr que me pudiera calmar, era lo que necesitaba, él sabía muy bien lo que corría por mi cabeza.
“Gracias”, le dije casi sin darme vuelta.
Un largo rato después las puertas por donde los pasajeros salían, comenzaron a abrirse y, una larga procesión de distintos hombres y mujeres cansados de tantas horas y tanto equipaje…sin embargo de Martina y Nicolás , nada…
Hasta que un niño de casi unos ocho años apareció corriendo de la nada, gritando hasta abrazarlo –“Tío...tío Carlos”, y a mi se me llenaron los ojos de lágrimas, porque sabía muy bien quien era, no hacía falta pensar, era la viva imagen de mi hermana.
Mientras abrazaba al niño, con los ojos llorosos vi a lo lejos una silueta que se acercaba, empujando un carrito con una valija y un escueto bolso. Ahí estaba Martina, con su sonrisa de siempre, aunque no tan brillante. Pero era ella, no cabía dudas.
-“Martina”, musite, mientras Nico dejaba de abrazarlo, quedándose a su lado.
-“Si, Carlitos” contesto ella al abrazarme, -“al fin en casa”
Nos abrazamos, la emoción había sido muy fuerte, inesperada, lo que parecía un simple recibimiento se transformó en una oleada de sentimientos encontrados que ninguno pudo superar, rompiendo a llorar de alegría en ese preciso momento.

Darse cuenta

Las calles estaban vacías,  el malestar de la resaca de los malos sueños, habían dejado huella en la cabeza de Martina. Se sentía aturdida, molesta, hasta se podría decir con ira contenida, por no haberse dado cuenta que esto iba a pasar tarde o temprano. La habían desalojado del único lugar que sentía como propio, por el cual había luchado todo este tiempo, incluso cuando él no estuvo.
-“Menuda forma de pagarme por todo lo que hice para poder seguir a delante. Ingrato. ¡Hijo de puta!”, su voz se mantenía contenida, pues no quería que Nico la escuchara.
Volvió a buscar su móvil en la cartera y marcó el último número. Esta vez, del otro lado del teléfono sonó una voz conocida.
-“¿Gloria?” preguntó Martina casi con vergüenza.
-“¿Dónde estás? ¡El puñeta de tu marido me ha dicho que los hecho a la calle!”
-“Necesito que me ayudes a llegar a lo de mi madre, por favor”
Gloria había estado siempre presente en la vida de Martina, desde que había llegado, algo así como sui ángel guardián y esta no sería la excepción.
-“Niña, te paso a buscar y te llevo, pero dime ¿dónde estás?”
-“En el albergue, con Nico”
-“¿El de la Cruz Roja?”
-“Si ese, gracias Gloria, gracias…”
-“Nada de gracias, tú me esperas que ya voy por ti y el niño”
Media hora más tarde, estaban camino donde vivía su madre. Nico, en el asiento trasero, jugaba con los juegos del móvil, mientras Gloria manejaba sin decir palabra, conocía muy bien a su amiga, sabía que en algún momento iba a sacar todo a la luz. Y así fue, Martina en una derroche de palabras lidiando con lo impronunciable, descargó toda su ira contra quién había sido su compañero de vida o por lo menos eso había querido creer ella.
-“La verdad, te digo que no sé cómo fue que empezó todo esto. Bueno , en realidad creo saber...pero desde que estuvo en la clínica no paro de molestarme, de ponerse cargoso de querer estar todo el día haciendo eso… imaginate ni que fuera una exprimidora de jugos... y después si me negaba a algo me amenazaba con vender todo y volverse... ¿a dónde?, si tenemos..." se interrumpió  de golpe al darse cuenta del tiempo del verbo y caer en la cuenta que sus posesiones se limitaban a un bolso, un móvil y un hijo, se apoyó sobre el marco de la cabina del auto y rompió a llorar.
Gloria, simplemente se dedicó a conducir, sin emitir palabra, solo puso un disco en la lectora de compactos y dejo correr la música. Aquella que lograba calmar a las fieras, que ella misma conocía muy bien. Tenía un historial de violencia de género que provenía desde lo más íntimo de su familia. Un padre de la vieja escuela, la arcaica por no decir medieval. Donde la mujer valía poco más que el perro, pero se encargaba de absolutamente todos los quehaceres de la casa y algo más también. Había sido abusada desde pequeña, con incursiones nocturnas a su cuarto, sin poder defenderse hasta pasados los quince, cuando en un ataque de ira reprimida, tomo el sartén caliente de la cocina y se lo dio de lleno en la cabeza repetidas veces, hasta que no le aguantaron los brazos. Gloría sabía perfectamente de lo que se había salvado su amiga. Le palmeo suavemente la rodilla y simplemente esbozo una sonrisa leve, apenas marcada por la comprensión.
El resto del viaje, simplemente se cruzaron algunas palabras, las justas, las más agradables. El resto se encargaría el tiempo y algún juez si llegaba el caso. 

La caja

Martes por la tarde,tenía los nervios destrozados, de solo pensar en volver a abrazar mi hermana me tenía desbordado completamente, sobre todo porque la última vez que habíamos hablado - antes de que me avisara que se volvía-  todo estaba de maravillas, hasta parecían de luna de miel.
¿Cuándo se desmadro todo?, retumbaba en mi cabeza...
En medio del silencio en que estaba sumergida la casa, en la entrada sonó el aparatoso teléfono negro, que todavía conservaba desde la época de los abuelos. Caminé unos pasos por el pasillo y tomé el teléfono inalámbrico que había en el estudio. Era Laura.
- “¿Carlos? Lau, me enteré por Alberto que llega tu hermana, mañana!”
-“Si, mañana a la madrugada, un quilombo”, le contesté. No quería que todos se enteraran de golpe, necesitaba algo de paz, pero sabía que tarde o temprano todos iban a estar con siempre...
-“Me hubieras avisado y te daba una mano con la casa. ¿Tenés todo listo?”, la típica pregunta de Laura, siempre atenta a todos los detalles. Una gran mina, tan dispuesta siempre como el flaco Alberto. También de la parroquia, pero de un grupo de chicos más grandes. Soltera, con varios pretendientes que le arrastraban el ala, pero ella nada. Cosa que jamás logre entender, a pesar de tenía mis teorías, las cuales pude comprobar y a estas alturas ya no interesaba, sólo un corazón generoso como el de ella podía estar tan atenta a un simple comentario de Alberto. 
-“Quédate tranquila Lau, esta todo bajo control, hasta les hice las camas, no te preocupes…”, contesté
-“Tá, pero cualquier cosa me chiflas, mira que no tengo drama…”
-“Gracias negra, pero no hace falta. Igual lo tengo en cuenta, gracias… gracias. Chau un beso" y colgué, con la certeza de que algo faltaba, pero la tarde se estaba asomando por las grandes ventanas que daban al jardín y las luces en alguno zaguanes estaban comenzando a encenderse.
Estaba sentado en el sillón de la sala, una habitación de grandes dimensiones, donde el viejo había puesto una biblioteca de titánicas proporciones, abarrotadas de volúmenes enciclopédicos y libros de toda clase y color; un muestrario delo que la naturaleza humana era capaz de poner sobre papel para perdurar en el tiempo y en la memoria de la gente. Las mesitas de caoba, traídas vaya uno a saber de dónde, con sus lámparas que nunca supe cómo aparecieron ahí, quizás otra de esas compras raras que hacia el viejo, sin que nadie supiera y, cuando menos lo esperabas estaban ocupando un lugar. En fin, demasiados recuerdos en cada uno de los objetos y rincones de toda la casa, pero esta vez algo me llamó la atención. Un libro de cierto volumen, decorado con rosas en su lomo. Algo muy extraño entre tantas rarezas conocidas.
“Un álbum de fotos”, me dije mientras lo sacaba de su lugar, mirándolo por todos lados . “El Casamiento de Martina”, me sorprendí de que ese documento estuviera en casa, pues la negri se había llevado todo, bueno, casi todo. Me a poltrona en el sillón nuevamente y me dispuse mirar las fotos cuando descubrí que había comentarios realizados con la letra de mi hermana, cosa extraña porque para que aquella escribiera tenia que pasar una catástrofe más o menos.
Martina no tenía esa costumbre, de anotar cosas en las páginas de sus álbumes, como lo hacía el viejo, que encima garabateaba detrás de cada foto. Al principio, siempre nos quejabamos de que ninguna foto se salvaba de su escritura, pero con el tiempo entendimos que la única forma de recordar de quienes o que estaba en cada foto era haciendo eso, por lo que agradecí esta vez que todo tuviera referencias. En las primeras páginas había fotos de todos los preparativos y los novios en distintas ocasiones; pero hubo una foto en particular que me detuvo, algo así como una alarma que se enciende avisando algo importante.
Ahí estaba mi hermana, colgada prácticamente de su novio. Él, con una cara demasiado seria para el asunto. me sorprendí , cuando intente recordar su nombre y no pude. Me lo quede mirando, parecía un muñeco de cera con un rictus de disgusto o algo parecido. No entendía porque la foto parecía fuera de lugar, hasta que me di cuenta que mi recuerdo no era el mismo que había en esa foto.
Estaban en la casa de Tía Sarah, celebrando el compromiso, cuando el flaco, los sorprendió en la entrada de la casa, prácticamente huyendo de las amigas de mi hermana que los querían bañar con papel picado. Ahora la foto, mostraba un perfil que en ese instante del hecho, no me había percatado. Una mueca de fastidio, un enojo que superaba lo que cualquier travesura te puede provocar cuando eres la víctima de la broma. Este gesto iba más allá, rayaba el odio.
Nadie se había dado cuenta de ello, pues el comentario de aquellas fotos siempre había sido, “que pesadas, no nos dejaban en paz ese día”. Siempre había sido así. Sin embargo, ahora muchos años después la visión de las cosas eran totalmente distintas o por lo menos eso parecía.
Entonces recordé que Martu había dejado una caja el día que dejó la casona, la había escondido ente los libros de la biblioteca casi como una cápsula del tiempo, que obviamente estaba detrás la enciclopedia de historia mundial y paradójica mente al lado de la mil y un maneras de redactar una carta... cosa que me hizo sonreír por un instante.
Nunca le había prestado atención , pues me parecía una cosa de chicas, boba, sin sentido hasta hoy. Tome la caja, volvía sentarme y la abri...
Al cabo de un rato, la deje cerrada sobre el álbum del casorio y sin sacarle la mano de encima  dijo en voz alta:
-“Te abrás casado con mi hermana, pero bien que te gustaban las otras”, sonó como una sentencia de muerte en los espacios de la casa vacía.

sábado, 12 de septiembre de 2015

El último grito

“Sola, con Nicolás a cuestas, que no termina de entender nada de lo que está pasando. Hasta hace un rato mirando la tele y ahora afuera, en medio de la calle y del calor”, sus pensamientos volaban a velocidad luz, tratando de poder poner a resguardo sus vidas, lo poco que les quedaba. Todavía no terminaba de entender como había pasado todo. Estaban en la sala compartiendo una cena, mirando en la tele algún capítulo de esas series que miran los chicos antes de acostarse. Hacía ya mucho tiempo que las cosas no venían bien, sobre todo después del último accidente. Su corazón estaba más oscuro que nunca.
Intentó razonar, lograr explicarle que debían tener paz en la casa, que las cosas no podían seguir así. Pero él insistía, quería tenerla con él en la cama, nada más. Se negó, le contesto  que dormiría en el sillón y allí explotó todo. Los gritos desaforados, los insultos, la frase final, que termino con un brazo maltratado y su hijo encima de ella, como si fueran un trapo maloliente, del lado de afuera de la casa.  El golpe final sobre el marco lo había dicho todo, no había vuelta atrás.

A duras, tenía  la cartera y unos buzos en la mano, a los empujones, como rateros sorprendidos en pleno hurto, fueron echados del techo seguro. El calor, implacable a esta hora de la noche les dio un cachetazo a ambos, dejándolos  totalmente desamparados ante la idea de lo que se venía. Caminaron por la cuadra rumbo a la plaza, para tratar de buscar un lugar donde guarecerse hasta decidir qué hacer. Sin dinero, hurgó en la cartera, rogando que el móvil estuviera allí. Y cuando sintió su lisa superficie plástica, agradeció las viejas costumbres heredadas del padre, ciertas cosas en ciertos lugares, siempre.
Nico estaba inquieto, preguntando a cada instante cuando iban a volver a la casa. Que por qué los habían sacado así de ahí adentro. Que tenía calor. Que por qué no estaban los tres juntos. Demasiados porqués para Martina, demasiados para contestarlos todos al mismo tiempo. Se giró hacia el niño, lo acerco a su pecho con ambas manos y abrazándolo fuerte, le dijo al oído
–“No te preocupes todo va a estar bien, mamá se va a ocupar de que no falte nada”, al tiempo que pensaba la misma frase para sí misma, esperando que su madre les pudiera dar ese abrigo.
-“¿Papá, ya no nos quiere más?”, pregunto el pequeño con cada de desolado.
-“No lo sé” y lo volvió a abrazar.

La brisa en la plaza, caliente, no la dejaba pensar con claridad y al mismo tiempo la hacía agradecer que no fuera invierno.  Habían encontrado un banco vacío y allí permanecieron durante un tiempo. Entonces, Martina tomó de nuevo el móvil, buscando en la agenda el nombre de una de sus amigas. Sabía que era tarde pero tenía que intentarlo. No hubo caso, en los tres números posibles parecía no haber nadie más que la maquina contestadora. No había más remedio que caminar hasta el albergue.
Sería una larga marcha, bajo un cielo estrellado, pero sin ese glamour que sentía al mirarlo algunas noches atrás.
La vida nocturna, en pleno auge para muchos de los que pululaban por ahí, buscando un lugar donde poder sentarse a tomar un trago o dos. La calle donde solían ir a comer algo, estaba atestada de gente, algunos conocidos del lugar. Pero ella no podía darse el lujo de que la vieran a esa hora y con esa facha. Hizo un rodeo por la calle del mercado turco y llegaron al albergue pasada la medianoche.
Las cosas se habían ido de madre, desde que andaba trabajando con el camión, habia cambiado, se habia vuelto erratico, molesto y l mayor parte del tiempo insciable. Martina sabía que andaba en malas companias, de eso estaba segura, pero nunca lo habia podido comprobar y además Nico siempre estaba primero para ella. Levanto la vista y vio el cartel del albergue, parecía mentira que un lugar donde ella solia venir a dar ayuda ahora sería un lugar que le daria ayuda a ella.

Toco el timbre y esperó. Sabía que no era hora, pero conocía  a la gente del albergue, no creíaque le fueran a negar cobijo. La encargada de noche abrió la puerta y al verla a ella y a Nico, solos y a medio vestir, simplemente no supo que decir.
-“¿Podemos Pasar Lucía?”, pregunto Martina casi con vergüenza.
-“Pero… por supuesto, pasa mujer, pasa… ¿pero qué ha pasado?
-“Pues, nada. Que nos ha largado a la calle sin más…”, la voz de Martina sonaba cada vez más apagada.
-“pero... que hay con ese tío… ” Lucía, como buena española que lo lleva en la sangre, se puso brava haciendo señas y ademanes, “perdona, pero este tío me pone de culo”
-“Sólo será por esta noche Lucía…”
-“Ni pensarlo, te quedas las que necesites”, la interrumpió Lucía.
-“Gracias guapa”, contestó Nico, que sentía una gran simpatía por la encargada del lugar
-“A ti, rapaz, gracias por decir tanta verdad”, a Lucía le gustaba que la piropearan y más si se trataba de Nico. -"Lástima que eres tan joven...", se sonrío y les hizo señas que la siguieran...

Esa noche, Martina y Nico durmieron en la misma cama, un catre grande, que les había armado Lucía en un cuartito aledaño a la sala donde ella hacia la guardia. Nico estaba inquieto y su madre apenas podía con sus pensamientos, hasta que el cansancio la venció por completo y se durmió, pero sin paz.
Estaba de nuevo en la casa, en medio de la sala de estar, parada frente a él. Ambos desnudos, cosa que no lograba entender por qué. Acto seguido, envuelta en  sus brazos, intentaba zafarse, pero no le era posible, él la aprisionaba cada vez más y se le reía en la cara. Martina apenas podía respirar, cerró los ojos pensando que de esa manera lograría acabar con eso, pero no lo logró. Todo termino en esa maldita cama. El encima de ella riéndosele en la cara, y con sus enormes manos forcejeaba por llegar hasta donde quería. Ella, le rogo que no lo hiciera, que la iba a lastimar, él se sonrío y presionó con más fuerza. El dolor fue intenso, sentía como cada fibra de su ser se destruía, se desvanecía a pedazos una y otra vez.  Solo pudo gritar, tan fuerte, que Nico a su lado en el catre se despertó asustado.
-“¿Mamá, estas bien?”, el pequeño estaba sentado a su lado preocupado, su mamá había gritado muy fuerte y ahora estaba llorando.
-“Eh! Nada, nada, sólo un mal sueño, dormí amor”, logro decir ella para intentar calmarlo.
-“Bueno”, dijo Nico y la rodeo con sus brazos, apoyando la cabeza sobre su pecho, mientras sentía como el corazón de su madre se iba calmando de a poco, lentamente a su ritmo normal.

Martina esta mentalmente abrumada, había sido un sueño muy real, tanto como todas aquellas ocasiones en que la había obligado a eso. Hizo un esfuerzo para  bloquear las imágenes, para no seguir pensando en ello. Apoyo su mano sobre la cabeza de su hijo y, con lágrimas cayendo por sus mejillas, fue cerrando sus ojos, hasta dormirse de nuevo.
Miles de estrellas la rodearon,  elevando su etérea figura, hasta la misma vía láctea y, mientras duraba ese derrotero fantástico se oían voces que le decían que había hecho lo mejor, que su vida daría un vuelco, que no volvería a permitirse ni siquiera soñarlo a él.
Y la noche siguió avanzando, en pleno final de primavera,  dejando que los sueños de Martina tomaran forma lentamente, hacía un futuro nuevo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Siempre, al pie del cañón


Después de que te fuiste, pasamos muchos años sin vernos y gracias a un contacto fortuito comenzamos a escribirnos. Escribirte, porque nunca logre que contestaras mis cartas. Cosa que jamás terminé de entender. 

Mis pensamientos me habían llevado al límite, no vi la camioneta que doblaba por la esquina y casi me lleva puesto. Menudo problema iba a ser. El tipo me toco bocina justo, al tiempo que me gritaba alguna de las barbaridades a las que ya andamos acostumbrados por estas tierras. Cuando pude recuperarme del susto, seguí mi camino hacia la casa del flaco.

-"¿Cómo se lo voy a pedir al flaco? ¿Cómo le explico?, porque es buena gente, pero si el avión llega a las 4 de la matina, estoy embromado… Mira que no contestarme las cartas, no se entiende... Y no es que le haya hecho algo, porque al fin y al cabo el que le hacía eso era él. A mí, ni se me ocurre, sea ella o cualquiera… pero menos ella, es mi hermana”

Las calles estaban desiertas, salvo por algún que otro auto que se escapaba por las esquinas más lejanas. Las hojas habían teñido las veredas de un mar de cobres y tonos rojizos que por lo general me calmaban y hasta se podría decir que me divertían escucharlas crujir, pero hoy no era el caso. Ya me faltaba poco, llegue a la esquina del almacén del gallego y gire a la derecha, faltaban apenas unos metros para la casa del flaco, cuando sentí mi nombre detrás mío.

-“Carlos, ¿qué haces por acá? ¿No nos juntábamos el viernes?”, era el flaco, un tipo grandote, por donde lo miraras, en realidad le decíamos el flaco para no acomplejarlo, tampoco era gordo, simplemente enorme.
Lo conocí cuando todavía usaba los cortos, como decía mi viejo. Éramos purretes crecidos que asistíamos un grupo de parroquia, esos donde te juntas un día por semana para hacer reuniones espirituales y ayudar al prójimo a través de las acciones misioneras. Pero  la acción principal llegaba los fines de semana cuando nos juntábamos en la casa de alguno y le caíamos en patota, con cerveza, comida y la música. Cuando no nos tocaba salir en grupo y se armaban unas roscas impresionantes porque nunca nos poniamos de acuerdo.
-“Martina, vuelve a casa”, dije con cierta vergüenza que se hizo visible, pues se me complicaba ocultarle las cosas a él.
-“Me jodes, ¿en serio?”, me pregunto con esa mirada típica de él. Era imposible no contestarle, tenía ese don de sacarte hasta los calzones con esa mirada.
-“En serio, pero no sé porque”, atine a decirle, con una mueca en la boca.
-“Uy,  la puta madre, ¿Cuándo?”
-“El miércoles este que viene”
-“¿Ya?. La vamos a buscar, no hay drama”
Así era Alberto, siempre al pie del cañón. Me volvió a preguntar porque era la vuelta y simplemente me encogi de hombros. Se sonrió - siempre hacía eso cuando se trataba de mi hermana... me apoyo esa manasa bien suya sobre el hombro y practicamente me metio en su casa para tomar unas cervezas.

La noche se acercó volando, encendiendo la ciudad con todas las luces, aquí y allá dejando que los espíritus de la noche porteña, se atrevieran a hacer de las suyas por las calles del centro. Mientras tanto, entre birra y birra, los recuerdos de nuestra infancia volvia a la luz, esperando la llegada de Martina.

La carta sobre la mesita de la entrada


"… En estos momentos, donde mis recuerdos están casi nulos, simplemente me dejo llevar por la brisa de la tarde. Esa leve caricia que se siente entrar por el ventanal de la casona, donde pasamos gran parte de nuestra infancia y no tanto. Ahora, tan vacía. 
Parece mentira, tantos años transcurridos y sin embargo persiste la extraña sensación, que fue ayer, cuando te fuiste por esa puerta; vestida de blanco rumbo a tu nueva vida.
Y pensar que parecías cargada de felicidad y prosperidad. Un derrotero que comenzaste con el corazón lleno de ilusiones y que poco a poco se fueron quedando en el camino. Si lo sé, suena tétrico que tu propio hermano diga esto, pero fué así, lo vi con mis propios ojos…"

Estaba ofuscado, sabía que no importaba lo que te escribiera, no iba a recibir respuesta y, sin embargo insistía todas la quincenas mandandote  esas cartas a un continente que ni siquiera había pisado en mi vida. La tarde se me estaba pasando de largo como la carta misma, todo estaba oscureciéndose cuando sonó el teléfono, que aún estaba sobre aquella mesa de mimbre y madera que papá había rescatado de entre tanta mudanza realizada. Atendí con cierto desgano, pues ya estaba con el sobretodo en la mano, listo para salir.

-“Si, ¿diga?”

Del otro lado del tubo sonó una voz familiar, tanto que se me dibujo una sonrisa.

-“¡Que haces!, como se te ocurre llamar a esta hora, tenés que fijarte. Está bien, está bien…  perdóname, es que es tarde por allá y, son muchas horas de diferencia. ¿Cómo están por allá? ¿El enano? … Qué bueno, mandale un saludo de parte mía… sí, que… ¡no! ¿Enserio? ¿Cuándo?... pero porque no me avisaste antes…  Sí, obvio, la casa está siempre lista, eso  lo sabes bien… pero por favor no me jodas… en serio, decime cuando llegas… okey, si… no te hagas drama… no, pero déjate de joder… hablo con el flaco y te vamos a buscar… en serio… ufa, mira que sos, eh… está bien… pero si no va haber problema… déjamelo a mí… obvio que estoy feliz… como no voy a estarlo… listo avísame cuando sale el vuelo que te vamos a buscar… está bien… llámame… te espero… si yo también tontona…chau”.

Terminé de colgar el teléfono y se me vino el alma encima... me calcé el sobretodo y deje la carta que había escrito sobre la mesita de la entrada, pues ya no llegaría a destino. Tenía que salir, ahora más que nunca.
Mayo, un mes que disfrutaba bastante. La ciudad me daba la oportunidad de poder recorrerla con un abrigo mientras sentía las hojas caer de los árboles en esas calles del barrio - ese donde las casas todavía eran bajas-  y se podia escuchar el crujir de las hojas al caminar por las veredas.  Sin embargo mis intenciones se me habían desarmado por completo, Martina había llamado. Se venía para Buenos Aires, con Nico, mi sobrino.
Había caminado varias cuadras sin parar, cuando me acordé de la carta.  Una mueca invadió mi cara, meti las manos en los bolsillos del sobretodo, luego de acomodarse la gorra que habia heredado de Papá y volvi a caminar por entre las hojas como me gustaba, pero esta vuelta ese placer se había esfumado. Martina volvía a casa, sin demasiadas explicaciones.

martes, 8 de septiembre de 2015

A manera de pequeño prólogo


Hace ya muchos años atrás comenzó una historia, que por diversos motivos se vio truncada en varias ocasiones. Efecto que generó vacíos, silencios y ausencias que marcaron las vidas de muchos. Hoy, quizás en un intento por recuperar de alguna manera parte de esa historia, que comenzó casualmente en Paternal; se generó esta otra.
Una mezcla de personajes y lugares, más ficticios que reales,  se combinan para dar pie a un relato que parte del corazón para llegar al de muchos más. Es menester de este texto, intentar sobrepasar los límites de la realidad de la cual se alimenta y dispersarse como semilla a través de toda la obra para descubrir el espíritu que encierra en sí misma como posible derrotero real para el alma. No se exactamente en que terminará todo esto, pues nada cambia, todo se transforma.
PSJ. Una sigla que dice mucho más de lo que realmente significa.
El autor

lunes, 7 de septiembre de 2015

Volver a empezar...

Cuando empecé este relato, hace unos años, siempre lo hice como una mera historia que salía de momentos vividos y otros contados. Lo que nunca imaginé era que todo iba a tener un vuelco mucho más profundo, pidiendo  gritos que la reescribiera de nuevo, buscando lograr una nueva razón de ser.
No va a ser fácil, porque hay cosas que no se puede re escribir... pero el intento bien vale la pena... quizás este sea el sentido que necesita... renacer.
Por eso el final del título... Porque sé, en el fondo me esta esperando.

Dedicado a la memoria de Ana Maria Muchinsky y Carlos Nitz. PSJ