domingo, 20 de septiembre de 2015

La caja

Martes por la tarde,tenía los nervios destrozados, de solo pensar en volver a abrazar mi hermana me tenía desbordado completamente, sobre todo porque la última vez que habíamos hablado - antes de que me avisara que se volvía-  todo estaba de maravillas, hasta parecían de luna de miel.
¿Cuándo se desmadro todo?, retumbaba en mi cabeza...
En medio del silencio en que estaba sumergida la casa, en la entrada sonó el aparatoso teléfono negro, que todavía conservaba desde la época de los abuelos. Caminé unos pasos por el pasillo y tomé el teléfono inalámbrico que había en el estudio. Era Laura.
- “¿Carlos? Lau, me enteré por Alberto que llega tu hermana, mañana!”
-“Si, mañana a la madrugada, un quilombo”, le contesté. No quería que todos se enteraran de golpe, necesitaba algo de paz, pero sabía que tarde o temprano todos iban a estar con siempre...
-“Me hubieras avisado y te daba una mano con la casa. ¿Tenés todo listo?”, la típica pregunta de Laura, siempre atenta a todos los detalles. Una gran mina, tan dispuesta siempre como el flaco Alberto. También de la parroquia, pero de un grupo de chicos más grandes. Soltera, con varios pretendientes que le arrastraban el ala, pero ella nada. Cosa que jamás logre entender, a pesar de tenía mis teorías, las cuales pude comprobar y a estas alturas ya no interesaba, sólo un corazón generoso como el de ella podía estar tan atenta a un simple comentario de Alberto. 
-“Quédate tranquila Lau, esta todo bajo control, hasta les hice las camas, no te preocupes…”, contesté
-“Tá, pero cualquier cosa me chiflas, mira que no tengo drama…”
-“Gracias negra, pero no hace falta. Igual lo tengo en cuenta, gracias… gracias. Chau un beso" y colgué, con la certeza de que algo faltaba, pero la tarde se estaba asomando por las grandes ventanas que daban al jardín y las luces en alguno zaguanes estaban comenzando a encenderse.
Estaba sentado en el sillón de la sala, una habitación de grandes dimensiones, donde el viejo había puesto una biblioteca de titánicas proporciones, abarrotadas de volúmenes enciclopédicos y libros de toda clase y color; un muestrario delo que la naturaleza humana era capaz de poner sobre papel para perdurar en el tiempo y en la memoria de la gente. Las mesitas de caoba, traídas vaya uno a saber de dónde, con sus lámparas que nunca supe cómo aparecieron ahí, quizás otra de esas compras raras que hacia el viejo, sin que nadie supiera y, cuando menos lo esperabas estaban ocupando un lugar. En fin, demasiados recuerdos en cada uno de los objetos y rincones de toda la casa, pero esta vez algo me llamó la atención. Un libro de cierto volumen, decorado con rosas en su lomo. Algo muy extraño entre tantas rarezas conocidas.
“Un álbum de fotos”, me dije mientras lo sacaba de su lugar, mirándolo por todos lados . “El Casamiento de Martina”, me sorprendí de que ese documento estuviera en casa, pues la negri se había llevado todo, bueno, casi todo. Me a poltrona en el sillón nuevamente y me dispuse mirar las fotos cuando descubrí que había comentarios realizados con la letra de mi hermana, cosa extraña porque para que aquella escribiera tenia que pasar una catástrofe más o menos.
Martina no tenía esa costumbre, de anotar cosas en las páginas de sus álbumes, como lo hacía el viejo, que encima garabateaba detrás de cada foto. Al principio, siempre nos quejabamos de que ninguna foto se salvaba de su escritura, pero con el tiempo entendimos que la única forma de recordar de quienes o que estaba en cada foto era haciendo eso, por lo que agradecí esta vez que todo tuviera referencias. En las primeras páginas había fotos de todos los preparativos y los novios en distintas ocasiones; pero hubo una foto en particular que me detuvo, algo así como una alarma que se enciende avisando algo importante.
Ahí estaba mi hermana, colgada prácticamente de su novio. Él, con una cara demasiado seria para el asunto. me sorprendí , cuando intente recordar su nombre y no pude. Me lo quede mirando, parecía un muñeco de cera con un rictus de disgusto o algo parecido. No entendía porque la foto parecía fuera de lugar, hasta que me di cuenta que mi recuerdo no era el mismo que había en esa foto.
Estaban en la casa de Tía Sarah, celebrando el compromiso, cuando el flaco, los sorprendió en la entrada de la casa, prácticamente huyendo de las amigas de mi hermana que los querían bañar con papel picado. Ahora la foto, mostraba un perfil que en ese instante del hecho, no me había percatado. Una mueca de fastidio, un enojo que superaba lo que cualquier travesura te puede provocar cuando eres la víctima de la broma. Este gesto iba más allá, rayaba el odio.
Nadie se había dado cuenta de ello, pues el comentario de aquellas fotos siempre había sido, “que pesadas, no nos dejaban en paz ese día”. Siempre había sido así. Sin embargo, ahora muchos años después la visión de las cosas eran totalmente distintas o por lo menos eso parecía.
Entonces recordé que Martu había dejado una caja el día que dejó la casona, la había escondido ente los libros de la biblioteca casi como una cápsula del tiempo, que obviamente estaba detrás la enciclopedia de historia mundial y paradójica mente al lado de la mil y un maneras de redactar una carta... cosa que me hizo sonreír por un instante.
Nunca le había prestado atención , pues me parecía una cosa de chicas, boba, sin sentido hasta hoy. Tome la caja, volvía sentarme y la abri...
Al cabo de un rato, la deje cerrada sobre el álbum del casorio y sin sacarle la mano de encima  dijo en voz alta:
-“Te abrás casado con mi hermana, pero bien que te gustaban las otras”, sonó como una sentencia de muerte en los espacios de la casa vacía.

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