sábado, 26 de septiembre de 2015

El Café

No pudieron resistirse, se fundieron en un abrazo con tanto cariño que daban l sensación, que se iban a quebrar. Había pasado tanto tiempo, que parecía imposible que estuvieran juntos otra vez.
Martina, le dio un beso en la mejilla y luego preguntó: -“¿Puedo saber qué haces acá?”
-“Hay Tina, siempre con tus preguntas, pareces Mafalda”, le soltó en respuesta.
-“No, en serio”, insistió ella, mientras sentía como sus mejillas subían de color irremediablemente.
Darío la envolvió entre sus brazos y le dijo: -“que te parece si tomamos algo y te cuento
-“Vale”, contesto Martina, mientras se encaminaban hacia “La Parada”, él la mantuvo cerca, pues ella entrelazaba su mano con la de él.
El bar, tenía la virtud de ser bastante discreto a pesar de que siempre había gente. Los habituales de siempre y algún que otro extraño que seguro era pasajero de la algún bus que saliera de la terminal.
Carola, una uruguaya de muy buen carácter y dueña del lugar, saludo a Martina cuando la vio y se sonrió pícara al verla acompañada. Se habían hecho buenas amigas, sobretodo porque había una historia similar en sus vidas.
Martina en seguida le hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no había caso la uruguaya, no se lo creía ni ahí.
Se acercaron  una de las mesas que daban al ventanal de la calle y se sentaron enfrentados. No decían nada, solo una mirada atrapada en una sonrisa cómplice por el placer de haberse encontrado, hasta que ambos dijeron al mismo tiempo: -“¡A quema ropa!” y se largaron a reír estrepitosamente, pues no era otra cosa que el recuerdo de los juegos que su hermano Carlos siempre los hacía jugar en las reuniones que se hacían en la casa de Buenos Aires.
-“¿Quién va primero?”, preguntó él.
-“Pues debería ir yo, pero no sé nada de ti desde hace mucho…”, contesto ella.
-“Cierto, pero yo nada de ti también… así que dispara preciosa”, la sonrisa de Darío era la misma de siempre, pintada como en las épocas de los asaltos en la casa de Paternal, en Buenos Aires. Sabía que Martina solía hacerte la interesante y no deseaba quedarse atrás. Pero esta vez  el juego era distinto.
-“Bien”, dijo ella y luego preguntó, -“¿Es casualidad que tenes amigos viviendo justo acá o me estabas buscando?”
-“Bueno, a decir verdad, no es casualidad y si te estaba buscando”, dijo el con una sonrisa.
-“¿Pero por qué?”
-“Carlos me dijo que estabas en la costa y cuando te busqué, tu amiga Gloria, me dijo que te mudaste para aquí casi de un día para el otro… ¿qué sucedió?”, tenía las manos frente a su cara, como si estuviera rezando… Y esa pose a ella la ponía loca, siempre le había gustado cuando se hacia el intelectual, y en parte lo era.
-“Nada”, resoplo ella y continúo, -“simplemente las cosas se fueron de madre y no funcionaron como debían. Así que el decidió una noche que era mejor sacarme de la casa y quedarse con todo. Y bueno, termine aquí, con mamá y Nicolás.”
-“¿Te sacó de la casa?”, pregunto él incrédulo.
-“Si, literalmente hablando. A duras penas pude tomar la cartera y las camperas de verano. Nos dejó en la calle sin un céntimo”, le contó Martina con agua en los ojos.
-“No me jodas”, los ojos de Darío se abrían de par en par sin poder lograr entender todo el panorama.
-“Terminamos en un albergue conocido, donde ayude varias veces y al día siguiente logre ubicarla a Gloria que me trajo con Mamá.”
-“No lo puedo creer, al final mostro la hilacha”, comento Darío.
-“Si, algo así”, Martina tenía la vista sumergida en la taza no tan humeante de café a estas alturas. No le gustaba recordar demasiado aquellos días y todo lo que había dejado atrás.
-“Perdón por sacar el tema”, las manos suaves de Darío tomaron las de Martina y las cobijaron con una sensación de amor inconmensurable.
-“No importa, no te preocupes, al menos tengo a Nico conmigo y a mamá”
-“Y a mí” agregó él.
-“Gracias, yo sé que puedo contar contigo ahora”
Las palabras fluyeron por el resto de la tarde, entre cafés y medias lunas, que los uruguayos hacían con maestría en su horno de leña.
En un momento cuando el sol estaba despuntando su retirada, Martina se dio cuenta que él no le había quitado la mirada de encima en toda la tarde. Tenía su sonrisa dulce, como ella la recordaba. Charlaron sus vidas y con ello el sol terminó su derrotero diario para dar entrada al manto de estrellas que todas las noches embellecían el cielo de la noche.
La mesa atestada de papeles y servilletas garabateadas, las tazas de café y los platitos con algunas migas abandonadas eran el fiel reflejo de una reunión de viejos amigos.
En un momento, de esos que se produce un silencio no buscado, el móvil de Martina hizo su entrada. En la pantalla un mensaje de texto.
“Invítalo a cenar. Mamá”
Martina, hizo una mueca al leerlo.
-“tu madre, seguro”, dijo Darío risueño.
-“uff”, contestó Martina, resoplando su flequillo que le caía sobre la frente para quitarlo de allí.
-“Vamos, vamos no es para tanto, ¿qué es lo que quiere?”
-“Que vengas a cenar al piso”
-“Si vos queres, no tengo problema”, Darío siempre estaba dispuesto, siempre tenía esa virtud de ser un hombre al pie del cañón para lo que fuera. En ese sentido se parecía mucho al Flaco, el otro amigo de su hermano.
Martina sabía que era un gesto cariñoso, la respuesta de Darío, que no había compromiso alguno de parte de ella, pero también sabía que si no aceptaba la propuesta de su madre, la iban a regañar cual colegiala y la verdad era que ya no estaba para esas cosas.
-“¡Porque no! Al fin y al cabo vas a quedarte por acá durante un tiempo, más vale que veas a mamá cuanto antes, pues sino me va a retar”, la sonrisa de Martina al final se hizo notar, había algo en Darío que la había hecho cambiar de opinión. Ya no era una invitación de su madre, ahora ella deseaba que se quedara más tiempo con ella.
-“Pues entonces está todo dicho.”, dijo él mientras hacía señas a Carola par que le trajera la cuenta. –“Porque no caminamos un rato, así descansamos de estar tanto sentados, antes de volvernos a sentar…”
De buena gana ella acepto con gusto, quiso pagar ella, pero él no la dejó. Salieron del bar despidiéndose de los uruguayos y caminaron calle abajo rumbo al parque central del pueblo. Al principio uno al lado del otro, entrelazando sus manos a medida que los pasos avanzaban rumbo al parque.
La tarde había sido tranquila y ahora la noche comenzaba a asomarse con una suave brisa que acariciaba sus cuerpos y el murmullo de las aves sobre los árboles que poco a poco iban callándose, para dar lugar al silencio crepuscular.
Casi no había quedado rincón por recorrer de sus memorias, incluso aquellos donde se guardaban sus más recónditos secretos. Estaban dichosos y exhaustos de tanto hablar, cuando llegaron a la puerta del edificio donde Martina vivía con Nico y su madre.

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