domingo, 20 de septiembre de 2015

Darse cuenta

Las calles estaban vacías,  el malestar de la resaca de los malos sueños, habían dejado huella en la cabeza de Martina. Se sentía aturdida, molesta, hasta se podría decir con ira contenida, por no haberse dado cuenta que esto iba a pasar tarde o temprano. La habían desalojado del único lugar que sentía como propio, por el cual había luchado todo este tiempo, incluso cuando él no estuvo.
-“Menuda forma de pagarme por todo lo que hice para poder seguir a delante. Ingrato. ¡Hijo de puta!”, su voz se mantenía contenida, pues no quería que Nico la escuchara.
Volvió a buscar su móvil en la cartera y marcó el último número. Esta vez, del otro lado del teléfono sonó una voz conocida.
-“¿Gloria?” preguntó Martina casi con vergüenza.
-“¿Dónde estás? ¡El puñeta de tu marido me ha dicho que los hecho a la calle!”
-“Necesito que me ayudes a llegar a lo de mi madre, por favor”
Gloria había estado siempre presente en la vida de Martina, desde que había llegado, algo así como sui ángel guardián y esta no sería la excepción.
-“Niña, te paso a buscar y te llevo, pero dime ¿dónde estás?”
-“En el albergue, con Nico”
-“¿El de la Cruz Roja?”
-“Si ese, gracias Gloria, gracias…”
-“Nada de gracias, tú me esperas que ya voy por ti y el niño”
Media hora más tarde, estaban camino donde vivía su madre. Nico, en el asiento trasero, jugaba con los juegos del móvil, mientras Gloria manejaba sin decir palabra, conocía muy bien a su amiga, sabía que en algún momento iba a sacar todo a la luz. Y así fue, Martina en una derroche de palabras lidiando con lo impronunciable, descargó toda su ira contra quién había sido su compañero de vida o por lo menos eso había querido creer ella.
-“La verdad, te digo que no sé cómo fue que empezó todo esto. Bueno , en realidad creo saber...pero desde que estuvo en la clínica no paro de molestarme, de ponerse cargoso de querer estar todo el día haciendo eso… imaginate ni que fuera una exprimidora de jugos... y después si me negaba a algo me amenazaba con vender todo y volverse... ¿a dónde?, si tenemos..." se interrumpió  de golpe al darse cuenta del tiempo del verbo y caer en la cuenta que sus posesiones se limitaban a un bolso, un móvil y un hijo, se apoyó sobre el marco de la cabina del auto y rompió a llorar.
Gloria, simplemente se dedicó a conducir, sin emitir palabra, solo puso un disco en la lectora de compactos y dejo correr la música. Aquella que lograba calmar a las fieras, que ella misma conocía muy bien. Tenía un historial de violencia de género que provenía desde lo más íntimo de su familia. Un padre de la vieja escuela, la arcaica por no decir medieval. Donde la mujer valía poco más que el perro, pero se encargaba de absolutamente todos los quehaceres de la casa y algo más también. Había sido abusada desde pequeña, con incursiones nocturnas a su cuarto, sin poder defenderse hasta pasados los quince, cuando en un ataque de ira reprimida, tomo el sartén caliente de la cocina y se lo dio de lleno en la cabeza repetidas veces, hasta que no le aguantaron los brazos. Gloría sabía perfectamente de lo que se había salvado su amiga. Le palmeo suavemente la rodilla y simplemente esbozo una sonrisa leve, apenas marcada por la comprensión.
El resto del viaje, simplemente se cruzaron algunas palabras, las justas, las más agradables. El resto se encargaría el tiempo y algún juez si llegaba el caso. 

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